miércoles, 28 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 28

 –¿Necesitas ayuda? –preguntó Pedro, gritando desde el salón.


–No, gracias –repuso ella, molesta consigo misma por haber estado pensando esas cosas.


Estaba deseando que Pedro se fuera. No, no era cierto. Ignacio lo estaba pasando en grande con él. Y el equipo lo necesitaba. Eso significaba que ella también lo necesitaba. No era lo mismo leer un par de libros que recibir lecciones directas de Pedro Alfonso sobre cómo entrenar. Darle de cenar era lo menos que podía hacer para agradecerle su dedicación. Además, él no tenía la culpa de ser tan guapo y seductor. Aquella sonrisa, aquellos ojos brillantes, sus músculos perfectos, sus cálidas manos… Debía tener cuidado y no dejarse engatusar, se repitió una vez más.


–Voy a ganar –gritó Ignacio, riendo.


–No tan rápido. Todavía no estoy muerto.


–Espera y verás.


Al oír el alegre tono de su sobrino, Paula se relajó. Los niños necesitaban una influencia masculina en su vida. Aunque fuera una influencia perjudicial para ella. Llevaba mucho tiempo sin estar con ningún hombre y, sin duda, eso explicaba su reacción ante Pedro, caviló ella, aliñando la ensalada. El temporizador del horno sonó.


–La cena está lista –dijo Paula, llevando una jarra de té helado en la mano.


Ignacio se sentó en su lugar habitual y señaló la silla de enfrente, al lado de donde solía sentarse Paula.


–Siéntate ahí, Pedro –indicó el niño–. Las otras sillas son de mi madre y de mi padre.


Pedro se sentó. Aunque tenía espacio para seis comensales, la mesa parecía más pequeña con él allí, pensó Paula. Ignorando su incomodidad, llenó los vasos y se sentó al lado del invitado. Cuando sus piernas se rozaron, a ella se le aceleró el pulso todavía más y se apresuró a apartar la suya, doblándola debajo de la silla.


–Estas son mis favoritas –dijo Ignacio, tomando dos galletas saladas del plato.


–Huele muy bien –comentó Pedro, tomando una.


–Gracias –repuso ella.


Mientras ella servía el guiso de carne, Paula removió la ensalada. Sus brazos se rozaron, incendiando la carne que tocaban.


–Lo siento –dijo él.


–No pasa nada –mintió ella.


Paula odiaba la manera en que su cuerpo reaccionaba al tocarlo. Se apartó un poco, proponiéndose que no se repitiera. Mientras comían, los dos varones se enzarzaron en una animada charla sobre la futura temporada de fútbol.


–¿Cuál es tu equipo favorito? –le preguntó Pedro a Paula.


–Solo veo los partidos en los que juega Ignacio…


–Eso era cuando vivías con David. Desde que te fuiste de aquí, no has venido a ninguno –le recriminó el niño.

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