miércoles, 14 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 72

Y, de alguna manera, se dio cuenta de que había sido engañado, que había aceptado tácitamente que se quedara allí. Pero eso no significa que ella hubiera ganado. Si quería quedarse allí, que lo hiciera. Él la ignoraría. Pero no pudo hacerlo. Aquella noche, después de atiborrarse de aquellas galletas que parecían tener algún néctar amoroso, ella consiguió convencerle para jugar al Scrabble y disfrutó derrotándole. Y después, ella entró en el dormitorio y salió con un camisón blanco que le dejó sin respiración.

 

—Debemos establecer algunas reglas en este periodo de cortejo — dijo él—. No esperes que te dé un beso de buenas noches. Nunca se sabe adónde nos podría llevar.

 

Ella lo miró con inocencia y los ojos muy abiertos.


 —Tienes toda la razón. Debería haberlo pensado.

 

Y entonces le lanzó un beso, entró en el dormitorio y cerró la puerta. Pero ni aun así estaba a salvo, y ella lo sabía. Cuando fue a usar el baño, encontró un sujetador rojo sobre la barra de la ducha. Paula con un sujetador rojo. Y no cualquier sujetador rojo, aquél en concreto parecíahaber sido hecho para volverle loco. Sus días de dormir bien habían terminado. Por la mañana, se encontró con un tazón de cereales con leche para desayunar. Intentó leer lo que ponía en la caja para no mirarla a ella, que estaba absorta leyendo el periódico, bebiendo una taza de café y con las piernas desnudas dobladas. 


—Creo que vamos a necesitar algunas reglas más —dijo con voz ronca.

 

—Soy toda oídos.

 

—Nada de sujetadores rojos en el baño. Tampoco puedes ponértelos para andar por casa.


 Ella le miró en silencio unos instantes, como fingiendo considerar su propuesta.


 —Te propongo un trato —dijo Paula finalmente.


 —¿Un trato? —preguntó él con cautela.

 

—Yo prometo no pasearme en ropa interior por la casa si tú me llevas a dar una vuelta en bicicleta después del trabajo por el paseo marítimo. Podemos parar y comprar unos perritos calientes para cenar.

 

—De acuerdo.

 

Y así es como el cortejo a Pedro Alfonso empezó: con paseos en bicicleta y perritos calientes. Poco después, a cambio de no dejar sujetadores negros en la ducha, él aceptó llevarla a patinar. Y cuando ella quiso ir a ver una obra de teatro, él ya no pudo convencerla de que no dejara su ropa interior por ahí.Consiguió que no volviera a ponerse el camisón por la noche, pero fue inútil, porque ella lo sustituyó por un pijama que a él le resultó más sensual todavía, si eso era posible. No podía dormir bien por la noche. Tenía tanto sueño durante el día que empezó a tener problemas en el trabajo. Empezó a cometer errores propios de un principiante. Su concentración se resintió. Llegó tarde para pasar lista porque la llamó por teléfono a la hora de comer para asegurarse de que había cerrado bien la maldita puerta. No respondió a una orden directa porque estaba pensando en cómo ella se había reído de él cuando le había dicho que se asegurara de que la puerta estuviera bien cerrada.


 —¿Tu trabajo es siempre tan agotador? —le preguntó ella con dulzura esa noche—. Creo que esto te alegrará. Te he hecho algo especial.

 

Era la carne asada que tanto le gustaba. Y pudín de Yorkshire. Y con la receta de su madre.

 

—Esto no es un noviazgo —le dijo él—. Es un secuestro. Soy un rehén. Espero que te canses de esto cuanto antes.

 

Antes de que sus defensas se rindieran. 

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