lunes, 19 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 7

Estaba irresistible con el pelo húmedo y revuelto, como si no hubiera tenido tiempo de peinárselo. Afeitarse tampoco parecía ser parte de su rutina mañanera. Tenía el pecho desnudo y musculoso, brillante por el sudor, como si hubiera estado haciendo gimnasia. Y llevaba un tatuaje en el brazo derecho y en la parte posterior de la muñeca izquierda. Sus abdominales perfectos continuaban hasta perderse bajo sus pantalones cortos y ajustados. A Paula se le quedó la boca seca. Se obligó a levantar la vista y mirarlo a los ojos. Sus pestañas oscuras parecían todavía más largas y densas que cuando había estado en el instituto, pensó ella. ¿Cómo era posible? Los años le habían sentado bien. Era más imponente todavía, sus atractivos rasgos se habían definido y acentuado con el tiempo. Aunque parecía que se le había roto la nariz, pero eso le daba más carácter, lo hacía parecer… Rebelde, viril. Peligroso.


–Eres tú –dijo Paula con el corazón acelerado.


–Soy yo –afirmó él con una sonrisa desarmadora–. Me alegro de encontrarte en mi puerta, aunque no me lo esperaba.


Paula se quedó sin palabras. Volvió a posar la vista en aquellos abdominales hechos para pecar.


–¿Estás bien? –preguntó él.


–Estaba esperando… –comenzó a decir ella.


–Ver a uno de mis padres.


Ella asintió.


–Yo esperaba que hubieras venido a verme a mí.


–Y así es –respondió ella, pensando en Ignacio. No podía dejar que los nervios la traicionaran, ya que estaba a punto de cumplir con la primera parte de su misión: ver a Pedro cara a cara–. Pero pensé que ellos abrirían, ya que tú estás lesionado.


–Lo habrían hecho, si hubieran estado en casa –comentó él con voz sensual, cálida y profunda–. Soy Pedro Alfonso.


–Lo sé.


–Pues estoy en desventaja, porque yo no sé quién eres tú – repuso él con tono de coqueteo.


–Quiero decir que te conozco, pero hace mucho que no nos vemos –clarificó ella. 


Estaba acostumbrada a que los hombres intentaran ligar con ella y, aunque normalmente la molestaba, en Pedro le gustaba. La hacía sentir deseada y atractiva.


–Déjame mirarte bien a ver si eso me refresca la memoria –pidió él y la recorrió con la vista con gesto de aprobación–. He visto antes esa sonrisa tan bonita. Y esos ojos brillantes y azules.


A Paula le temblaron las rodillas. Sintió mariposas en el estómago. Sin embargo, se obligó a mantener la compostura. Ya no estaba en el instituto, se reprendió a sí misma y se enderezó.


–Soy Paula –se presentó ella y se aclaró la garganta–. Paula Chaves.


–Paula –repitió él, frunciendo el ceño–. ¿La hermana pequeña de Gonzalo Chaves?


Ella asintió.


–La misma sonrisa y los mismos ojos azules, pero todo lo demás ha cambiado –observó él y la contempló con atención de nuevo–. Mírate.


Paula se encogió, esperando oírle comentar lo enferma y horrible que había estado antes de que le hicieran el transplante de hígado.


–La pequeña Paula se ha hecho mujer –señaló él con una sonrisa.


¿Pequeña?, pensó ella, confusa. No había sido pequeña. Bueno, sí, tal vez, cuando se habían conocido en primaria. Pero, luego, su enfermedad la había convertido en una ballena hinchada, enorme y amarillenta.


–Hace unos trece años que no nos vemos, yo creo –comentó ella.


–Demasiado tiempo –dijo él.


¿Qué estaba pasando? ¿Estaba coqueteando con ella o eran imaginaciones suyas?


–Parece que la vida te trata bien –dijo ella–. Excepto por tu pierna…


–Es el pie. Pero no es grave.


–Te han operado.


–Nada serio –replicó él–. Parece que el transplante de hígado consiguió lo que Gonzalo esperaba. Él siempre se preocupaba mucho por tu salud.

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