miércoles, 7 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 59

El vestido fue un último intento de arreglar algo que se había roto. Paula Chaves nunca había tenido un vestido como el que llevaba puesto. Ni siquiera el vestido de boda que le había hecho sentirse igual. Era de seda verde iridiscente, y el primero que Sophie se había comprado de un diseñador importante. Ahora entendía por qué lo hacía la gente. El vestido no sólo se adaptaba perfectamente a su cuerpo, sino que lo realzaba. Y, aunque pareciera lo contrario, era diez veces más sugerente que el biquini. La seda se movía con elegancia, flotando a su alrededor en un murmullo sensual, acariciando con suavidad sus caderas y sus senos. El color hacía que su piel pareciera de nácar y sus ojos brillaran con una luz especial. Le llegaba por las rodillas, destacando sus piernas. Sin embargo, era consciente de que todas las esperanzas que había puesto en este vestido eran infundadas. Ya no pensaba en su reputación en Sugar Maple Grove. Le daba igual si Franco Harrison se caía de espaldas al verla tan impresionante o no. Le traía sin cuidado lo que los demás pensaran de ella. Lo que deseaba era arreglar las cosas con Pedro, pero sabía que algo se había roto. Lo confirmó en el instante en que le abrió la puerta y le vió en el porche, increíblemente atractivo con un elegante esmoquin, una reluciente camisa blanca y una corbata perfectamente anudada. Su expresión seguía siendo la misma que una semana antes, cuando habían estado en Blue Rock. Durante toda la semana, se había comportado de una forma fría y distante. Cuando ella había ido a ver la rosaleda, lista para ayudar, él le había dicho que prefería hacerlo solo, que era algo personal que quería hacer para honrar el recuerdo de su madre. Ella no había podido oponerse a eso, pero pronto había descubierto que el asunto de las rosas no era algo aislado. Pedro no quiso ir con ella a pescar, o a ver una película, o a montar en bicicleta, o a tomar un helado. Hasta que lo había entendido: No quería estar con ella. De haber tenido el más mínimo orgullo, habría cancelado lo de esa noche. Pero, desde el principio, todo había girado en torno a lo mismo, a demostrar públicamente que había superado su desengaño con Franco. Había esperado que el vestido impresionara a Pedro, pero enseguida se dió cuenta de su error. Su abuela acudió a la puerta para verles y habló en alemán.

 

—Averigua si sabe bailar, Paula. No hay nada como un hombre que baile bien.

 

—Me temo que no tengo ni idea —le dijo Pedro en un perfecto alemán, mejor que el de la propia Paula.

 

Su abuela pareció complacida al descubrir que Pedro sabía hablar alemán, como si no se diera cuenta de que él había entendido todas sus conversaciones personales. Incómoda, Paula intentó hacer memoria para recordar las cosas que habían dicho ella y su abuela. Pero se dió cuenta de que lo importante no eran los detalles de las conversaciones, sino el hecho en sí. Se sintió engañada y un profundo escalofrío recorrió su espalda. En aquel momento, le pareció un extraño, un hombre a quien no conocía de nada. Recorrieron el camino que separaba la puerta de la casa del coche que Pedro le había pedido prestado a su padre para aquella noche y le abrió la puerta con la educada formalidad propia de un sirviente. Y, en cierto sentido, lo era. Sólo era una persona que le estaba haciendo un favor. Ella era la que había confundido las cosas, ella era la que se había hecho ilusiones, la que había visto en un par de besos fugaces y en las risas cómplices algo más que una relación cordial.

 

—Tenemos que hablar de la ruptura —dijo sentándose a su lado en el interior del coche y arrancando el motor.


Pero a ella le hubiera gustado saber por qué él no le había dicho ni una sola vez que hablaba alemán. No le apetecía hablar de ninguna otra cosa. 

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