miércoles, 21 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 12

Estaba contento de haber vuelto a ver Paula Chaves. Sentado en el salón, Pedro esperaba que ella volviera con Daisy del jardín, pues la perra había tenido que salir a hacer sus necesidades. Ella se había ofrecido a sacarla, para que él no tuviera que levantarse. Y él había aceptado con tal de tenerla un poco más en su casa. Estaba impresionado por cómo había cambiado esa chica. En el pasado, había sido tímida, con pecas, grandes ojos azules, largas trenzas y un color amarillento de piel. Pero se había convertido en una mujer segura de sí misma, dulce y atractiva, con el pelo rubio y corto y esos mismos ojos del color del cielo. Paula había ido a verlo porque quería algo de él, era cierto. Pero le había llevado galletas y había sido sincera y directa en su petición. Era algo que él apreciaba y respetaba. Aquella mujer había conseguido alegrarle el día. Algunas mujeres eran manipuladoras y trataban de jugar con él para conseguir sus propósitos. Paula ni siquiera había ido a buscar algo para sí misma, sino para su sobrino. Eso era algo… Nuevo para él. Daisy entró corriendo en el salón y saltó al sofá. Paula se sentó a su lado.


–Siento haber tardado. La perra tenía ganas de correr un poco antes de hacer sus cosas.


–Gracias por sacarla –dijo él y pensó en algo para retenerla un poco más–. Debes de tener sed. Te traeré algo para beber. ¿Café? ¿Agua? ¿Un refresco?


Hacía años, Gonzalo le había contado a Pedro que le gustaba a su hermana, para que fuera amable con ella. Y él lo había sido. En el presente, tenía curiosidad por saber si seguiría gustándole.


–Gracias, pero tengo que irme –contestó ella, tomando su bolso.


Paula era distinta de las mujeres que Pedro solía frecuentar. La mayoría mataría por aceptar una invitación suya. Sin embargo, ella no parecía impresionada, ni siquiera dispuesta a quedarse. Y había estado deseando salir al jardín con Daisy, dejándolo a él en la casa. Era interesante, pensó él. Estaba acostumbrado a que su encanto y su fama derrumbaran las resistencias de cualquier fémina. Pero no funcionaban con Paula. En cierta manera, le parecía un reto. Yle gustaba.


–Me gustaría que me hablaras más de Gonzalo.


–Quizá en otra ocasión.


–¿Tienes prisa por irte?


–Tengo que trabajar antes de que Ignacio llegue a casa del colegio –afirmó ella, aferrándose a su bolso.


Resignándose, Pedro se prometió que volvería a verla.


–Te acompañaré a la puerta –se ofreció él, poniéndose en pie.


–No es necesario. Tu pie necesita descanso. Sé dónde está la puerta.


–Mi pie está bien.


–Puedo encontrar la salida sola –repitió ella, mirándolo con determinación.


–Lo sé, pero yo quiero acompañarte –insistió él.


–Tú sabrás –repuso ella, encogiéndose de hombros, tras una pausa.

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