viernes, 16 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 1

Paula miró el reloj de pared del salón. Eran las cuatro menos diez. La ruta escolar siempre solía dejar a Ignacio en la esquina antes de las tres y media. Su sobrino debería haber llegado a casa ya, pensó con un nudo en el estómago. ¿Debería llamar al colegio para ver qué había pasado o era mejor esperar? Para ella, era nuevo hacer de madre. Miró por la ventana, esperando ver aparecer el autobús. La esquina estaba desierta. ¿Qué podía hacer? Antes de irse, su cuñada Brenda le había dejado una lista de teléfonos a los que podía llamar en caso de emergencia. Pero no había contemplado la posibilidad de que la ruta llegara tarde. Paula lo había comprobado ya dos veces. Intentó tranquilizarse, diciéndose que Wicksburg era un pequeño pueblo rodeado de granjas, con apenas nada de crimen y poco que hacer, excepto los partidos de fútbol de los viernes en otoño y los de baloncesto en invierno. El autobús podía haberse retrasado por varias razones. Tal vez, un tractor le estaba interrumpiendo el paso, igual había obras en la carretera, o un accidente de coche… Paula se estremeció con un escalofrío. No debía asustarse, se dijo a sí misma. De acuerdo, no estaba acostumbrada a cuidar de nadie. La urgencia que sentía por ver llegar a su sobrino en ese momento era una sensación nueva para ella. Pero era mejor que se habituara. Durante el año siguiente, no solo iba a ser la tía de Ignacio, sino también su cuidadora, mientras sus padres, ambos militares, estaban destinados en el extranjero. Gonzalo, hermano mayor de Paula, contaba con ella para que se ocupara de su único hijo. Si algo le sucediera a Ignacio bajo su tutela…


–Miau.


El enorme gato de la casa se frotó contra la puerta de entrada. Su mirada se cruzó con la de Paula.


–No sé, Tom –dijo ella, llena de tensión–. Yo también quiero que Ignacio venga de una vez.


De pronto, vió algo amarillo por la ventana y se asomó de nuevo. Un autobús escolar en la esquina.


–Gracias a Dios –suspiró ella con alivio y se detuvo en seco a medio camino hacia la puerta. 


Ignacio le había pedido que no fuera a esperarlo a la parada del autobús. El niño necesitaba sentirse independiente y ella lo comprendía. Sin embargo, a pesar de que su tía se esforzaba por complacerlo, no había conseguido borrar la tristeza de los ojos de Ignacio. Ella sabía que no era nada personal. El chico había dejado de sonreír en el momento en que sus padres habían sido destinados fuera del país. Paula odiaba verlo por ahí solo como un perrito abandonado, pero lo comprendía. El pequeño echaba de menos a sus padres. Ella intentaba hacerle sentir mejor. Sin embargo, no lo había logrado ni con sus postres favoritos, ni llevándolo a la hamburguesería o a salas de videojuegos. Encima, desde que su equipo de fútbol del colegio se había quedado sin entrenador, las cosas habían ido de mal en peor. 


La puerta del autobús se abrió. Ignacio estaba parado en el último escalón de bajada del vehículo con una gran sonrisa. Saltó al suelo y corrió hacia la casa. Paula se llenó de alegría al verlo así. Debía de haberle pasado algo muy bueno en el colegio, pensó y se apartó de la ventana. Costara lo que costara, quería que su sobrino siguiera sonriendo. La puerta se abrió. El gato corrió hacia ella, pero Connor la cerró antes de que el animal pudiera escaparse.


–Tía Pau, hola –saludó el niño con ojos brillantes. Tenía el mismo color de pelo y los mismos ojos que su padre–. He encontrado a alguien que puede entrenar a los Defeeters.

No hay comentarios:

Publicar un comentario