miércoles, 28 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 26

 –¿Crees que, diciéndoselo, dejarán de hacerlo? –preguntó ella.


–No, son todavía muy jóvenes. Empezarán a darse cuenta de lo que se supone que deben hacer –respondió él–. Solo lo integrarán mediante la práctica y con el tiempo.


El campo de juego bullía de energía. Ignacio le pasó el balón a Damián, que tiró por encima de la cabeza del portero. ¡Gol!


–¡Sí! –gritó Pedro–. Así se hace.


Los niños se chocaron las manos.


–El gol ha sido posible gracias a que Ignacio se ha colocado bien. Tiene buena intuición, igual que su padre –comentó él con una sonrisa.


–¿Te gustaría estar jugando?


–Siempre quiero jugar –repuso él, encogiéndose de hombros–. Pero es mucho mejor estar aquí que estar en el sofá de mi padre, con la perra en el regazo.


En el estacionamiento, un grupo de padres esperaban para recoger a sus hijos. Paula se miró el reloj. ¡Había perdido la noción del tiempo!


–La hora terminó hace cinco minutos.


–Qué rápido –dijo Pedro y sopló el silbato–. Quiero que todo el mundo dé una vuelta al campo para relajar los músculos. No corran, solo vayan a buen paso.


Los niños obedecieron, unos más rápidos que otros.


–Lo han hecho muy bien –observó él.


–Y tú –opinó ella.


–Es la primera vez que entreno a alguien.


–Pues lo has hecho de maravilla –repitió Paula. Ella no podría haberlo hecho igual. Era una suerte que hubiera hecho caso a Ignacio y hubiera ido a hablar con Pedro para convencerlo de que ayudara al equipo–. He aprendido mucho. Y los niños se han divertido.


–Cuando tienes ocho o nueve años, el fútbol siempre es divertido.


–¿Y cuando tienes veintinueve? –preguntó ella con curiosidad.


–Hay más presión, pero no me quejo. Es lo que siempre he querido hacer.


–Tienes suerte –señaló Paula. Ella no podía decir lo mismo. Tal vez, algún día, podría realizar su sueño… –Gonzalo dice que has luchado mucho para llegar adonde estás.


–Gonzalo es muy amable. Pero la verdad es que la motivación puede obrar milagros en un chiquillo.


–Tú querías ser jugador profesional.


–Quería salir de Wicksburg –admitió él–. No sacaba buenas notas porque me gustaba más darle a la pelota que estudiar. Por eso, no conseguí ninguna beca para estudiar fuera.


–Un muchacho de pueblo con grandes sueños.


–Eso es –repuso él con una seductora sonrisa.


Los niños se fueron acercando y Pedro se despidió de ellos chocándoles la palma de la mano.


–Han hecho un buen trabajo. Practiquen en casa. Pueden ir aprendiendo a controlar la pelota sin que se les caiga al suelo. Ahora, recojan los conos y los balones para que podamos irnos. No sé ustedes, pero yo tengo hambre.


Cuando trajeron las pelotas, Paula las fue guardando en una bolsa. Luego, los muchachos se fueron con sus padres. Ignacio estaba sonriendo de oreja a oreja.


–Ha sido muy divertido.


–Lo has hecho muy bien –lo felicitó Pedro.


–Correr tanto me ha dado hambre –le dijo el niño a su tía.


–He dejado la cena preparada en casa –repuso ella.


–¿Quieres cenar con nosotros, Pedro? –lo invitó Ignacio–. La tía Paula siempre hace comida de sobra.


Pasar más tiempo con Pedro no le pareció buena idea a Paula. Sin embargo, quería hacerlo por Ignacio.


–Eres muy amable por invitarlo. Claro que tenemos comida suficiente, aunque es probable que tu entrenador tenga otros planes.


–Esta noche estoy libre –afirmó Pedro–. Pero no quiero molestar…


–No molestas –se apresuró a decir Ignacio y miró a su tía para que lo corroborara.

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