miércoles, 21 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 11

 –Dices que a tu sobrino le encanta el fútbol –comentó él al fin.


–Sí. A su padre y a él. Tienen las camisetas de su equipo preferido. Es divertido. Aunque su madre, Brenda, protesta porque se levantan a horas intempestivas para ver los partidos desde Europa en directo.


Paula hizo una pausa. ¿Por qué le estaba contando todo eso a Pedro? A él no le importaba.


–Es genial que les guste tanto –repuso él con gesto pensativo–. Hacía mucho que no venía al pueblo, pero estoy seguro de que sigue habiendo gente interesada en el fútbol por aquí. Preguntaré a mis conocidos a ver si alguien quiere hacer de entrenador del equipo de tu sobrino.


Ella abrió la boca, sorprendida. No había esperado que él le ofreciera ayuda.


–Estaría muy bien. Si no es mucha molestia, claro.


–Nada de eso. Será un placer. Cualquier cosa por… Gonzalo.


Por supuesto, lo hacía por su hermano, no por ella, caviló Paula, decepcionada.


–Gracias.


–Me has preparado galletas y me has regalado un céntimo de la suerte –observó él, jugando con la moneda en sus manos–. ¿Qué vas a darme si te ayudo a encontrar un entrenador?


–¿Mi gratitud? –sugirió ella, preguntándose si estaría tomándole el pelo.


–No está mal, pero solo para empezar.


–¿Más galletas?


–Siempre me han gustado, sobre todo si son de chocolate – contestó él–. ¿Y qué más?


Su inconfundible tono de coqueteo hizo sentir incómoda a Paula. No estaba dispuesta a seguirle el juego.


–No estoy segura de qué más podrías querer de mí.


Pedro posó los ojos en sus labios.


–Se me ocurren un par de cosas.


A ella también se le ocurrían. Seguro que podría derretirse con un solo beso de aquel hombre. Sin embargo, Paula sabía que los hombres no eran de fiar. Apostaría cualquier cosa a que Pedro Alfonso no solo jugaba en el campo de fútbol. Y ella solo podía perder. Pero no iba a dejar que le rompieran el corazón de nuevo. Ni hablar. Era hora de enderezar la conversación.


–¿Por qué no me haces una lista? –propuso ella con tono amistoso y una sonrisa desapegada. Pedro iba a buscar un entrenador para el equipo de su sobrino. Pero, si pensaba que ella iba a echarse a sus pies, se equivocaba de cabo a rabo–. Pero primero encuentra un entrenador.


Pedro sonrió, guiñándole un ojo.


–Siempre me pareciste una niña genial, Paula Chaves, pero ahora me gustas todavía más.


De acuerdo, se sentía atraída por él, admitió Paula para sus adentros. A cualquier mujer con sangre en las venas le pasaría lo mismo. Era un hombre imponente. Pero ella no era tonta. Conocía a los de su clase. Pedro Alfonso solo podía traerle problemas. Después de que él visitara a los Defeeters, no quería volverlo a ver.

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