lunes, 5 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 55

 —Deberías disfrutar de todo esto tanto como puedas. Paula, ¿Podemos irnos ya?

 

A ella le sorprendió su brusquedad de él, pero había algo en sus ojos que le previno, y no discutió. Recogió su canasta de picnic, la toalla y los llevó al jeep.


 —¿Qué ha pasado? —le preguntó mientras metían las cosas en el maletero.

 

—Nada —dijo escuetamente, cerrando el maletero.

 

—Sí, ha pasado algo.

 

Ella le tocó el brazo mientras notaba cómo él intentaba alejarse de ella.


 —¿Qué ocurrió cuando Martín te preguntó acerca de los marines?


 —He cerrado la cremallera de muchas bolsas que cubrían a chicos de su edad.

 

—Háblame de eso —dijo Paula.

 

—Vamos, Paula…

 

—No —le interrumpió ella—. Dime lo que has visto, lo que has hecho.


 —Paula, tú ni siquiera podrías matar a una mosca.


Un muro alto e impenetrable cubrió los ojos de Pedro, y ella se preguntó si, incluso en los mágicos momentos que habían compartido durante la última semana, él habría sido capaz realmente de desembarazarse de él. Se soltó de su brazo, pero ella sabía que había una sola manera de romper el muro. Y sentía como si ella hubiera sido la elegida para hacerlo, como si su vida dependiera de llegar hasta él y rescatarle.  Aquello era muy distinto a cuando lo había besado en su oficina, lanzándose sobre él, intentando impresionarle.  No, aquello era diferente. Era una forma de hacerle saber que ella estaba a su lado, que no se iba a rendir, le gustara a él o no. Él podía saltar todas las rocas que quisiera, ella seguiría allí, dispuesta a conocerle de verdad. Paula se puso de puntillas y le besó suavemente en los labios, sintiendo el sabor del agua del río y el aroma de la personalidad de Pedro, un hombre fuerte, valiente, auténtico. Y solo. ¿Era posible saber todas esas cosas con sólo besar a alguien? No, no siempre. Pero, en aquella ocasión, fue así. Él se apartó, pero ella supo que él había entendido el mensaje por la forma en que la miró.

 

—¿A qué ha venido eso? —gruñó.


 —La señora Fleckenspeck estaba mirando.

 

Pedro se dió la vuelta y miró a su alrededor.

 

—Yo no veo a la señora Fleckenspeck. Además, ¿Qué ha sido de la regla seiscientos, no hacer este tipo de demostraciones en público?

 

—¡Nunca ha habido tantas reglas! —protestó ella indignada.

 

—Desde luego, si las vas a romper de esta forma, mejor que no haya ninguna —dijo con una voz malhumorada que sonaba a la del hombre encantador que le había llevado guisantes de olor a su despacho, a la del hombre que había saltado de un precipicio sólo para impresionarla.

 

Ya empezaba a entenderlo. A él le gustaba romper las reglas si era él quien lo hacía. 


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