miércoles, 21 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 13

 –Sí, yo sé –señaló él, mordiéndose el labio para no sonreír. Esa mujer iba a ser todo un reto. Y divertido, pensó.


Pedro la acompañó al coche, un utilitario blanco de cuatro puertas.


–Gracias por la visita y por las galletas –dijo él–. Te llamaré para contarte lo del entrenador y para ir a ver al equipo de tu sobrino.


–Aquí tienes mi número de móvil –indicó ella, tendiéndole una tarjeta que sacó del bolso.


–Diseñadora gráfica independiente –leyó él en la tarjeta–. ¿Así que sigue gustándote el arte?


–¿Lo recuerdas? –preguntó ella con incredulidad y, al mismo tiempo, complacida.


–Te sorprendería saber todo lo que recuerdo.


Paula abrió la boca, pero no dijo nada. Bien, había despertado su interés, adivinó Pedro. Se alegraba, pues ella había hecho lo mismo con él.


–No te preocupes, son cosas buenas.


Ella se sonrojó.


–Hablamos luego –dijo él. No quería hacerla sentir incómoda–. Ahora tienes que trabajar.


–Sí –repuso ella y sacó las llaves del coche–. Espero… tu llamada.


–No tardaré. Te lo prometo –aseguró él. Y lo cierto era que estaba deseando volver a hablar con ella.




Esa tarde, la puerta principal se abrió como si un tornado hubiera aterrizado en Wicksburg. Paula se quedó en el salón, esperando ver aparecer a su sobrino. Ignacio entró corriendo, con el pelo rubio revuelto. Era delgado y fibroso, igual que había sido Gonzalo de pequeño. Sus ojos estaban llenos de determinación.


–Hola –saludó Paula, sabiendo que lo que quería su sobrino era que le contara cómo le había ido con la estrella de fútbol. Ella no había podido quitarse de la cabeza su encuentro con Pedro Alfonso, sin embargo, y no tenía ganas de empezar la conversación hablando de él–. ¿Cómo te ha ido en el cole? Hoy tenías un examen de ortografía, ¿No?


El niño cerró la puerta de un portazo, haciendo temblar la casa. Era mejor ir al grano, pensó Paula, pues Ignacio estaba demasiado excitado.


–Esta mañana he ido a casa de los señores Alfonso. A Pedro le han gustado nuestras galletas.


–¿Va a ser nuestro entrenador? –inquirió Ignacio con ansiedad.


Esa era la parte que Paula había estado temiendo.


–No, pero se ha ofrecido a buscarles uno –contestó ella–. También va a hacerles una visita.


Una sucesión de emociones relámpago se dibujaron en el rostro del pequeño. Tristeza, rabia, sorpresa y, al fin, una expresión pensativa.

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