lunes, 19 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 10

 –Se alistó después del instituto –contó Paula. Los gastos médicos de su operación habían dejado a sus padres sin ahorros para la universidad de Gonzalo. A veces, ella se sentía culpable–. Allí, conoció a su esposa, Brenda.


–Así que tiene que pasar un año lejos de su hogar y de su hijo – dijo Pedro, pasándose la mano por el pelo–. Debe de ser difícil.


–Hacen lo que tienen que hacer –opinó Paula con el estómago encogido.


–Aun así…


–Tú te fuiste de casa para ir a Florida y a Inglaterra.


–Para jugar al fútbol, no para defender a mi país. Y me lo pasé en grande. Dudo que Gonzalo y su esposa puedan decir lo mismo.


Paula recordó cómo, con lágrimas en los ojos, Ignacio le había contado que le había parecido oír llorar a su madre al otro lado del teléfono.


–En eso, tienes razón.


–Respeto mucho lo que Gonzalo, su esposa y todos los soldados están haciendo. Son verdaderos héroes.


–Así es –afirmó Paula, sin estar segura de si él hablaba de corazón o no.


–Así que te ha tocado quedarte en Wicksburg.


–Antes, vivía en Chicago –explicó ella. Gonzalo la había acusado de huir cuando su matrimonio se había roto. Y, tal vez, su hermano había tenido razón–. Me mudé aquí el mes pasado.


–Para cuidar a tu sobrino.


–Sí. No podía negarme, sobre todo, después de lo que ha hecho por mí.


–Era muy protector contigo.


–Y lo sigue siendo.


–No me sorprende –comentó él, levantando la pierna para apoyarla en un taburete–. ¿Has dejado a tu novio en Chicago o ha venido contigo?


–Yo… no tengo novio –balbuceó ella, sorprendida por la pregunta.


–Entonces, necesitas un entrenador de fútbol y un novio –señaló él, sonriendo–. Espero que tu hermano te explicara las cualidades que debe tener cada uno.


Gonzalo siempre le había dado consejos, pero ella no siempre los había seguido. Debería haberlo escuchado antes de haberse casado con su ex, pero ya no podía cambiar el pasado.


–Solo necesito un entrenador –aseguró ella. Lo último que quería era mezclarse de nuevo con un hombre–. Estoy muy ocupada con Ignacio. Es mi prioridad. Bastante trabajo tengo con hacer que esté alegre, no cabizbajo y tristón todo el día.


–Quizá, podríamos presentarle a Daisy –propuso Pedro–. Parece un alma en pena desde que se fueron mis padres.


–Yo me siento igual con Ignacio –admitió ella–. Nada parece gustarle… Lo suficiente.


Pedro se inclinó hacia delante y le agarró la mano, envolviéndola de calidez.


–Eh. Has venido a hablarme de su equipo. Eso dice mucho de tí. Gonzalo y su familia, sobre todo, Ignacio, tienen suerte de tenerte.


Sus palabras fueron como un bálsamo para Paula. Aunque su contacto la hacía sentir más inquieta que cómoda. Intentó ignorarlo.


–La afortunada soy yo.


–Tal vez, puedas contagiarme algo de tu buena suerte.


–¿Lo dices por tu lesión?


–Sí, y por otras cosas.


Pedro no le soltaba la mano. Paula llevaba años sin ser tocada por un hombre. Era… Agradable. Pero era mejor no acostumbrarse, se dijo a sí misma. Con reticencia, apartó la mano y agarró su bolso.


–Tengo justo lo que necesitas –afirmó ella y sacó un céntimo del bolsillo interior–. Mi abuela decía que esto es lo único que hace falta para tener buena suerte.


–Gracias –repuso él y la aceptó, con un brillo de humor en los ojos.


Hubo un largo silencio.

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