viernes, 30 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 35

 Paula cerró el cuaderno. Pero cada rasgo de la cara de Pedro estaba grabado en su mente.


–Estoy listo para entrenar –dijo Ignacio, irrumpiendo en el salón.


Lo último que quería Paula era ir al entrenamiento. Cuanto menos tiempo pasara con Pedro, mejor. Ella era demasiado mayor para sentir algo así por él. Ni por nadie. Pero no podía escaparse. Era la entrenadora oficial, después de todo.


–Voy a por el bolso.


Por el camino, Paula miró a Ignacio por el espejo retrovisor.  Estaba sentado jugando a la videoconsola, pues siempre le gustaba hacerlo cuando iban en coche. Al menos, así el niño no le hablaba de Pedro. Ella debía concentrarse en sus cosas. No miraría a Pedro, ni lo admiraría. Y no dejaría que Ignacio lo invitara a cenar de nuevo. Llena de determinación, estacionó y sacó la bolsa de deporte del maletero. el niño salió corriendo delante de ella.


Vestido con pantalones cortos y una camiseta, Pedro estaba hablando con la madre de Damián, Silvana. Paula no dió crédito. Silvana se había puesto una falda corta y ajustada y una blusa escotada que dejaba poco a la imaginación. Además, estaba tan cerca de Pedro que casi aplastaba sus grandes senos contra él. Pero a él no parecía importarle. Seguía hablando con ella como si nada, sin intentar apartarse. Paula agarró la bolsa de deporte con fuerza. Un remolino de emociones hizo presa en ella. Se obligó a apartar la vista. No había razón para estar molesta ni celosa. Ella había tenido su oportunidad el lunes por la noche, pero la había rechazado. Y se alegraba mucho de que su sentido común hubiera ganado la partida a sus desaforadas hormonas. Sobre todo, cuando él había tardado tan poco en intentarlo con otra más… dispuesta. No debía darle más vueltas, se dijo. Sin embargo, como una polilla atraída por la luz, volvió a mirarlos. Nunca se había considerado masoquista, pero no podía evitarlo.


Silvana lo miró con una caída de pestañas llenas de rímel. Pedro sonrió. Era la misma clase de sonrisa seductora que había empleado con ella después de que Ignacio se hubiera ido a la cama. A Paula se le revolvió el estómago. Apresuró el paso. Ninguno de los dos reparó en ella. Estaban demasiado inmersos el uno en el otro. No era problema suyo, se repitió. Pedro era un hombre adulto, un atleta profesional. Sabía en qué se estaba metiendo. Debía de estar acostumbrado a que las mujeres se le echaran al cuello. Dejándolos atrás, se concentró en los niños. Siete de ellos habían hecho un círculo y se pasaban el balón, mientras Marcos corría en el centro, tratando de robárselo. Silvana soltó una risa aguda y coqueta. Era un sonido irritante, pensó Paula, haciendo una mueca. ¡Debía dejar de prestarles atención! Pero no podía. Sin duda, debía de estar todavía afectada porque David la hubiera engañado con su mejor amiga.


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