lunes, 5 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 54

 —¿Por qué gritas honor antes de saltar? —preguntó ella.

 

—Es un grito de batalla. Para recordarse a uno mismo que vale la pena luchar por algo. Y morir por ello.

 

—Es algo más —adivinó ella—. Se trata de entrar en contacto con tu yo más profundo, ¿Verdad? Sentir lo que se esconde en lo más profundo de tu interior.


 —Dulce Pauli, eres demasiado profunda para un tipo poco como yo — dijo él mirándola fijamente, con un sentimiento de posesión que hizo que los labios de ella se secaran—. Estamos los dos cubiertos de los arañazos de los rosales. Esto hace que parezca que hemos estado haciendo todo tipo de cosas interesantes —añadió acariciando uno de los rasguños de ella.


 —¿Como domesticar gatitos salvajes? —bromeó ella, aunque el roce de su mano estuvo a punto de dejarle sin aliento.

 

—Oh, sí, ya se me había olvidado que Sugar Maple Grove tiene un estándar diferente para el entusiasmo que el resto del mundo.

 

—En cierto modo, para tí, hacer cosas peligrosas es lo más seguro, ¿verdad?

 

—¿Cómo? —preguntó él haciendo como si no la hubiera entendido.

 

Pero ella sabía que estaba fingiendo. Pedro había sentido algo cuando ella había roto a llorar. Escalar por el acantilado y lanzarse al agua había sido, también, una forma de combatir esas emociones. 


—Recurres al esfuerzo físico para evitar los riesgos de los sentimientos.


 —Bueno, es una forma elegante de decir que a los chicos no nos gusta ver llorar a las niñas. Aunque, la verdad, tampoco era tan peligroso, incluso para las costumbres de Sugar Maple Grove.

 

—Al parecer, las costumbres están a punto de cambiar —dijo observando cómo Martín, uno de los adolescentes más atrevidos que andaban por allí, comenzó a trepar por el acantilado directamente hacia el Widow Maker coreado por los aplausos de sus amigos.

 

Pedro miró al chico, que finalmente llegó al precipicio. El muchacho titubeó y luego saltó. Sus brazos y piernas giraron en el aire hasta que se hundió en el agua. A los pocos segundos, reapareció del fondo del agua agitando los brazos y haciendo la señal de la victoria con los dedos. Cerró los ojos.

 

Paula estaba tumbada en la toalla, observando el agua que recorría lentamente la piel dorada del hombre que estaba junto a ella. Parecía tan relajado, tan a gusto… Una semana. Llevaba allí sólo una semana. ¿Cómo había dado su vida un giro tan drástico? ¿Cómo podía sentirse tan viva? Era como si toda la energía de su cuerpo se hubiera concentrado en su piel. Verle allí, al borde del precipicio, le había ayudado a conocerle mejor.  Y Brand no era un hombre que desvelara sus secretos fácilmente.

 

—¿Señor Alfonso?

 

—¿Sí? —preguntó Pedro tapándose los ojos para protegerse del sol.


 —Soy Martín Gilmore.

 

Pedro se puso de pie y estrechó la mano del chico.

 

—Saltar desde el acantilado ha sido genial —dijo—. Estoy pensando en alistarme en los marines.


Sin previo aviso, los ojos de Pedro se llenaron de un pesar que Paula no había visto desde hacía días.

 

—Hijo, ¿Cuántos años tienes?

 

—Diecisiete. 

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