viernes, 16 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 5

 –Muy temprano te has levantado –dijo Pedro al contestar.


–Me levanto a las seis para librarme del tráfico –repuso Fernando–. Me han llegado noticias de que hiciste una aparición pública el otro día. Pensé que habíamos quedado en ser discretos.


–Tenía hambre –se excusó Pedro–. Era la cena anual de la estación de bomberos y pensé que sería buena idea apoyar su causa y, al mismo tiempo, comerme unos espaguetis. Me pidieron que firmara autógrafos y que posara para unas fotos. No pude negarme.


–¿Había periodistas?


–Del semanario local nada más –respondió Pedro, con la botella de agua en una mano, y se dirigió hacia el salón, seguido de cerca por Daisy. Intentó no apoyar mucho el pie derecho. Hacía solo unos pocos días que había dejado las muletas–. Les dije que no quería entrevistas, pero el fotógrafo tomó algunas fotos de los asistentes, así que puede que salga en alguna.


–Esperemos que dé una imagen positiva de tí –señaló Fernando.


–Estuve hablando con personas que conozco desde niño – explicó él. Algunas de esas personas lo habían tratado como si hubiera sido basura antes de que hubiera entrado en el equipo de fútbol. Luego, lo habían aceptado, cuando había demostrado que podía ser un gran atleta–. Y me rodearon un montón de niños.


–Suena bien –admitió Fernando–. Pero debes cuidar tu imagen. Bastantes problemas hemos tenido ya. Los de arriba no están contentos con el tema de la lesión.


–Déjame adivinar. Quieren a un buen chico, no a un rebelde que colecciona tarjetas rojas en vez de goles.


–Eso es –repuso Fernando–. No es oficial, pero he oído rumores de que McElroy quiere cederte a otro equipo.


McElroy era el dueño del Phoenix Fuego y se preocupaba mucho por sus jugadores.


–¿En serio?


–Lo he escuchado de varias fuentes.


Maldición. Mientras Fernando mencionaba el nombre de un par de equipos, Pedro se dejó caer en el sillón de su padre. Daisy saltó a su regazo.


–He cometido errores. Me he disculpado. Me estoy recuperando y me mantengo alejado de la prensa. No veo por qué no podemos olvidar todo el asunto de la lesión de una vez.


–No es tan fácil. Eres uno de los mejores jugadores de fútbol que existen. Antes de que te operaran el pie, podrías haber jugado en cualquier equipo de primera del mundo –comentó Fernando–. Pero McElroy cree que la mala imagen que das no beneficia al equipo. Hoy en día, el marketing es lo más importante.


–Sí, lo sé. Estar lesionado y hacerme mayor van en mi contra – reconoció Pedro, que ya tenía veintinueve años–. Pero, si es así, ¿Por qué va a querer contratarme un equipo extranjero?


–No te transferirían hasta junio. Ningún equipo ha dicho que esté interesado en tí por el momento.


Eso dolía, se dijo Pedro. Y él era el único culpable de la situación en la que estaba.


–La buena noticia es que los de la Liga Mayor de Fútbol no quieren perder a un jugador nacional tan bueno como tú. McElroy no lo tiene tan fácil –continuó Fernando–. Creo que lo que quiere es recordarte quién manda y quién tiene el control de tu contrato.


–Quieres decir, de mi futuro.


–Así es –dijo Fernando y suspiró.


–Mira, entiendo por qué McElroy está disgustado. Y lo mismo digo del entrenador Fritz. No he manejado muy bien la situación hasta ahora –admitió Pedro–. Sé que no he sido un ángel. Pero no soy el diablo, tampoco. No es posible que nadie haga todo lo que la prensa me achaca. Los diarios lo exageran todo.


–Es verdad, pero la gente está preocupada. Debes ser cuidadoso y comportarte mientras estés recuperándote.


–Lo haré. Quiero jugar en la Liga Mayor de Fútbol. Y en mi país. Si McElroy no me quiere, mira a ver si le intereso al Indianápolis Rage o a otro club norteamericano.


–McElroy no va a dejar que un jugador como tú se vaya con otro equipo de la liga nacional –observó Fernando, como si fuera obvio–. Si quieres jugar en tu país, tendrá que ser con el Fuego.


–Entonces, tendré que abrillantar mi imagen hasta que reluzca – replicó Pedro, acariciando a la perra.


–Sí, ciégame con su brillo, Pedro.


–Lo haré.


Todo el mundo quería algo de él, pensó Pedro. Le fastidiaba tener que probarse a sí mismo delante de McElroy y los hinchas de su equipo.


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