miércoles, 7 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 57

 «Dime lo que has visto, lo que has hecho», le había pedido ella, y él había estado a punto de hacerlo. Por un momento, había dejado de verla como la chiquilla a la que él siempre había protegido para considerarla una mujer que podría ayudarle a soportar la carga que llevaba sobre sus espaldas. Suspiró con amargura. A pesar de sus vanos intentos, había vuelto a pensar en ella.  «¿Qué clase de hombre le pediría a una mujer que le ayudara a compartir sus problemas?», se preguntó. ¿Por qué no se había dado cuenta de lo mucho que le costaba afrontarlos hasta que ella le había pedido que le hablara de ellos? ¿Por qué había sentido la necesidad imperiosa de contárselos? «Sergio tenía razón», pensó tomando las cartas que le había escrito a Leticia unos sesenta años antes. El soldado Horsenell llevaba por entonces varios meses al otro lado del océano. Sus cartas desde el frente eran cada vez menos frecuentes y más escuetas. El tono lleno de entusiasmo y curiosidad que había usado al principio, había dejado paso a un ligero escepticismo. A principios de 1943, ya no estaba en Irlanda, sino en algún lugar del sur de Francia. Pedro leyó una de las cartas de aquellos momentos.

 

"Mi querida Sara: Por favor, no me obligues a contarte las cosas que he hecho. La mayoría son muy desagradables. De verdad, confía en mí si te digo que es mejor que no las sepas. Yo preferiría no decírtelas.  Con todo mi amor, Sergio".

 

La última línea era extraña, parecía haber sido escrita por compromiso.  Era evidente que Sergio había tratado de reservar para sí sus secretos. Pero prefirió no leer más, aquella noche no tenía fuerzas para hacerlo. Sin embargo, incluso después de apagar las luces, Leticia y Sergio siguieron ocupando su cabeza a pesar de las décadas que le separaban de él. Lo supiera o no, Sergio estaba cambiando. El hombre de las primeras cartas nunca le habría escrito a su amada empezando con la expresión «No me obligues». En algún momento entre las cuatro o cinco últimas cartas, le había pasado algo. No debía haber sido plato de buen gusto para la dulce y pequeña Leticia recibir una carta así, suspirando por un muchacho que ya no existía. Cuando había perseguido a Paula en bicicleta, sintiendo el viento y la velocidad acariciando su rostro, había reconocido en sí mismo, por primera vez en mucho, mucho tiempo, al niño que una vez había sido. Cada segundo que pasaba en Sugar Maple Grove, cada instante que pasaba con Paula, ese niño salía más y más a la superficie. Pero, al igual que Leticia, ella se llevaría una gran decepción cuando se diera cuenta de que aquel chico que él había sido en el pasado nunca volvería. La próxima vez que le preguntara, quizá podría responderle con la frase de Sergio: «Por favor, no me obligues». Desde su dormitorio, oyó el ruido de un coche deteniéndose. Las puertas del vehículo se abrieron y llegaron hasta él las voces de su padre y de Sara. Atraído por la curiosidad, se asomó a la ventana. La abuela de Paula y su padre estaban el uno al lado del otro con las manos entrelazadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario