miércoles, 28 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 29

 –Es verdad –afirmó ella y notó cómo Pedro la miraba con curiosidad. Sin embargo, decidió ignorarlo. No quería comentar nada acerca de su ex delante de Ignacio. Por mucho que David la hubiera traicionado, el niño le tenía cariño y no quería que la oyera hablar mal de él–. Pero ahora sí iré a todos tus partidos.


Paula tomó el salero. El guiso era uno de sus platos favoritos, pero no tenía ni pizca de hambre. Quizá, con un poco más de sal… Pedro cubrió su mano sobre el salero. Ella se quedó petrificada.


–Hemos pensado lo mismo –dijo él, sonriendo.


Sin embargo, Paula se sintió incapaz de pensar. Maldición. Aquel hombre tenía un efecto demasiado poderoso sobre su cuerpo. Pero pensaba demostrarle que nadie jugaba con ella, se dijo y apartó la mano con brusquedad, cediéndole el salero.


–No, tú lo tenías primero –dijo él, acercándoselo.


–Gracias –dijo ella.


–Había olvidado contarte que Pablo tiene un cachorrito, tía Paula – comentó Ignacio con entusiasmo–. Seguro que a Tom le gustaría tener un perro. Así no estaría tan solo.


Oh, no. Paula sabía muy bien adónde quería llegar su sobrino. Ignacio había usado la misma táctica para convencerle de que le comprara un juego de ordenador. Pero una cosa era comprar un objeto inanimado y otra, muy distinta, tener que ocuparse de un ser vivo.


–Tom casi nunca está solo –puntualizó ella y le pasó la sal a Pedro–. Yo trabajo en casa.


–Pero tú no juegas a perseguirlo por toda la casa –objetó el niño–. Cuando yo no estoy, el gato se pasa todo el día tumbado.


–¿No persigues a Tom? –preguntó Pedro con tono burlón.


Paula le dió un trago a su vaso de té helado para intentar refrescarse la sangre, pero no lo consiguió. Aquel hombre le hacía subir la temperatura de forma alarmante.


–Los perros rompen cosas –apuntó Pedro–. No lo olvides. Y manchan. Ibas a tener que encargarte de limpiarlo.


–¿Limpiar sus cacas? –preguntó el niño con gesto de asco.


De acuerdo, igual no era tan malo tener allí a Pedro, pensó Paula. Su comentario había sido perfecto para hacer entrar en razón al niño. O, al menos, eso esperaba ella.


–Sí, tendrías que hacerlo tú –corroboró ella–. Además, tus padres son los que tienen que decidir si quieren un perro. Es una gran responsabilidad.


–Enorme –afirmó Pedro–. Yo estoy cuidando a Daisy, la perra de mis padres. No sabía que algo tan pequeño pudiera dar tanto trabajo. Siempre quiere que le preste atención o que la saque a pasear.

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