lunes, 12 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 70

Entró en el departamento, ella se volvió y lo miró.

 

—¿Qué demonios…? —intentó decir él titubeando.

 

—Hola, Pedro. Encantada de verte.

 

—¿Cómo has entrado?

 

—Tu padre me dijo que seguramente dejarías la llave sobre el marco de la puerta.

 

—¿Mi padre sabe que estás aquí?

 

—Cree que soy lo mejor que te ha pasado en la vida.

 

«Esa no es la cuestión», pensó él. «Por supuesto que eres lo mejor que me ha pasado en la vida. El problema es que yo no soy lo mejor que te puede pasar a tí en tu vida. ¿No has leído las cartas? ¿Es que no lo ha entendido?».


 —Esto es California, no Sugar Maple Grove —dijo él—. No se puede poner uno a hornear galletas con la puerta abierta.


 —Para ya —dijo ella levantando la mano—. No necesito que nadie me siga protegiendo. Si necesito a un guardián, me compraré un rottweiler.

 

—No es necesario, tú perteneces a Sugar Maple Grove, y allí nunca pasa nada.

 

—No eres tú quien debe decidir a donde pertenezco yo.

 

Era una mujer completamente distinta, segura de sí misma.

 

—¿Qué has estado haciendo en mi cocina?

 

—He pensado que, dado que voy a pasar aquí una temporada, lo mejor es que ponga un poco de orden ahí dentro. ¿Qué es una casa sin una cocina en condiciones?


 —Un piso de soltero. ¿Y qué quieres decir con eso de que vas a quedarte? ¿Te refieres a quedarte aquí? Ni lo sueñes.


 —Por supuesto que me voy a quedar. Estaré aquí hasta que vuelvas en tus cabales.


 —Paula, es una insensatez cruzar todo el país con la idea de instalarte aquí.

 

—Ah —dijo ella—, pero no soy yo la que debe recuperar la cordura, sino tú. Además, he descubierto que, en estas circunstancias, ser sensata y cautelosa era lo más peligroso que podía hacer. Me habría quedado paralizada.


 —No vas a quedarte aquí —dijo él secamente.

 

—Pareces agotado —dijo Paula con dulzura—. Venga, ven y come unas galletas, están recién sacadas del horno. He seguido la receta de tu madre.


Sabía que lo más inteligente era cruzar de nuevo la puerta de su departamento y huir. Pero no podía. Estaba como hechizado. De mala gana, se sentó en la mesa de la cocina.

 

—Come una galleta —dijo ella.

 

Sabía que no debía hacerlo, pero la batalla consigo mismo fue breve. Le dió un mordisco, cerró los ojos y sintió un profundo placer.

 

—¿Quieres leche?

 

—Yo no tengo leche —dijo fríamente.

 

«Esto es un sueño», pensó. «De un momento a otro despertaré y todo habrá sido un sueño. ¿Desde cuándo me siento tan solo como para soñar estas cosas?».

 

—Nunca sé cuánto tiempo estaré en un sitio. Eso es lo que yo hago. Voy de aquí para allá. No siempre se puede saber cuándo volveré. Hay veces que ni siquiera sé si volveré.

 

Por toda respuesta, encontró un vaso de leche frente a él. «No bebas», se dijo. Pero fue en vano. Lo probó, y en el acto estuvo perdido. 

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