miércoles, 7 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 56

 —Bueno… —dijo él mirando a todas partes menos a ella—. ¿Nos vamos? Pedro condujo a toda la velocidad, como si tuviera prisa en alejarse de lo que había pasado. 


Paula se sintió desilusionada. Había habido un momento en que había creído que aquello era real, que él había empezado a compartir sus pesares con ella, que aquella complicidad sería ya imposible de detener.  ¿Cuánto tiempo habría pasado desde la última vez que Pedro confiara en alguien? ¿Lo habría hecho realmente alguna vez? De pronto, se dió cuenta de que era muy posible que siguiera tan enamorada de él como lo había estado a los quince años. Era algo muy diferente a lo que había sentido por Franco. Aquel tipo de amor podría consumirla del todo. Otra vez. Toda su vida podría volver a desintegrarse. ¿Era lo suficientemente fuerte para afrontarlo? 


Pedro todavía podía sentir el sabor al agua cristalina de Blue Rock y a los dulces labios de Paula cuando se acostó aquella noche. Iba a tener que escribir algunas reglas. Una de ellas, no volver a besarla. Nunca. Pero, entonces, ella lo sabría. Algo se había despertado dentro de él. Algo que había creído muerto para siempre. Algo que añoraba un lugar dulce y acogedor para sentar la cabeza. Paula. Sólo ella, con sus desastrosos biquinis que se deshacían en el agua, era capaz de hacerle sentir así. Llevaba ya una semana en Sugar Maple Grove. Y la verdad, por sorprendente que resultara, era que no se había aburrido ni un instante. La tensión que siempre le acompañaba se había ido suavizando poco a poco. Hasta que ese muchacho le había recordado a sí mismo, a un adolescente adicto a la velocidad, a las emociones fuertes, sin una sola preocupación en la vida y con sueños de comerse el mundo. ¿Por qué los jóvenes tenían tantas ganas de alejarse de allí? «Intenta pensar en otra cosa», se dijo. Recordó entonces que su padre no estaba en casa. Paula le había dicho que era noche de bingo en el St. James Hall cuando habían llegado y se habían dado cuenta de que el coche de su padre no estaba.

 

—Ya veo que mi padre lleva una vida muy ajetreada —le había dicho él, sintiéndose contento por él.

 

—Sí, desde luego —había replicado ella.

 

Pero lo había dicho de tal forma que a Pedro le había hecho pensar que, tal vez, ella sabía algo sobre su padre que no quería que él supiera. Sus sospechas se habían confirmado cuando le había preguntado por el incendio. Paula se había quedado pálida. Pero no podía culparla. También él tenía cosas que no quería que ella supiera. 

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