lunes, 12 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 67

En los días posteriores a la marcha de Pedro de Sugar Maple Grove, Paula descubrió que la ira era una sensación preferible a la autocompasión, aunque fuera una autocompasión provocada por su corazón roto. Nunca se había enfadado de verdad con nadie en toda su vida, pero en los días siguientes a la partida de Pedro, recuperó el tiempo perdido. Cada vez que pensaba en él, algo que lamentablemente hacía con mucha frecuencia, se sentía mucho mejor si rompía algo. Había un montón de lápices mordidos en su escritorio, documentos hechos trizas, dos tazas de café sin asas y un plato roto. Presionó las teclas de su calculadora con tanta fuerza que tuvo que tirarla a la basura, atascó la impresora y rompió la grapadora a propósito mientras maldecía su nombre. Se sentía furiosa con él por dejarla, por hacer que ella le amara, por arruinar su último esfuerzo de reunir sus sueños rotos.


A las dos semanas, dejó de ser divertido romper cosas. Pero su furia no cesó. La diferencia fue que empezó a dirigirla al verdadero culpable: ella misma. Había sido ella la que había creído que necesitaba a otra persona para llevar la cabeza alta. Esa terapia le sirvió para seguir adelante. Ya no sería nunca más aquella chica que había esperado que un hombre la protegiera y la rescatase. No iba a esperar a nadie. Ya había perdido demasiado tiempo lamentándose. No, a partir de ese momento cuidaría de sí misma. Se apuntó a clases de defensa personal tres noches a la semana en un gimnasio del pueblo vecino. También daban clases de escalada, y se apuntó. Había llegado el momento de desarrollar sus propias fuerzas.


La tercera semana, comprendió finalmente que Pedro no volvería nunca. No llamaría por teléfono ni enviaría correos electrónicos, nada. Ya no tenía sentido correr de un lado a otro de la casa cada vez que veía un destello en el contestador automático, ya no tenía sentido ir corriendo al trabajo para comprobar su correo electrónico. Antes de que el verano más caluroso de la historia de Sugar Maple Grove llegara a su fin, se compró un bañador nuevo de una sola pieza de color negro y fue a Blue Rock. Resistió la tentación de recordar el pasado, el tiempo que había pasado allí con él, las hermosas palabras que él le había dicho, y empezó a escalar. Se detuvo en el Blue Rock. Aquella altura era suficiente para hacer una demostración de independencia y coraje frente a sí misma. Pero no lo hizo. Le dió la espalda al Blue Rock y comenzó la subida hasta el Widow Maker. Sus manos temblaban por el esfuerzo cuando finalmente llegó a la cima. Sus nervios estaban a flor de piel, pero la verdad era que tenía más miedo de regresar por donde había subido que de saltar. Se puso de pie en el borde. El corazón le latía en la garganta. Sus manos estaban resbaladizas por el sudor. ¿Y si no saltaba lo suficiente y se daba contra una roca? ¿Y si se resbalaba justo antes de saltar? ¿Y si no conseguía saltar recta y se hacía daño?


 —Tengo un don para que las cosas salgan mal —recordó sus propias palabras.

 

Abajo, la gente empezó a reunirse al verla dispuesta a saltar. «Salta», dijo dándose ánimos. Intentó decidirse varias veces, pero el miedo la tenía atenazada. Todo el mundo la estaba mirando. El sol le daba en la espalda. Si no hacía algo pronto, iba a hacerse de noche. Y eso sería un nuevo desastre. Tendrían que llamar a un equipo de rescate, y él acabaría enterándose. Acabaría sabiendo que era una cobarde.  ¡No! ¿Cómo podría seguir viviendo con algo así? «Salta», se dijo. Pero, en esa ocasión, sucedió algo. Oyó el susurro de una voz. «Paula, yo sé quién eres en realidad». ¿De quién era esa voz? ¿De Pedro? ¿De su padre? ¿De su madre? ¿De la madre de él?

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