viernes, 9 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 61

 —Pheasant Copse Estate —leyó él en voz alta el letrero—. ¡Vaya! ¿Tiene títulos reales o algo así? —añadió con cinismo.

 

—Aquí es donde yo iba a vivir —dijo Paula a la defensiva, como si estuviera criticándola a ella y a sus sueños.


Recordó cómo se había sentido en el pasado conduciendo por el largo camino arbolado que atravesaba el bosque y el riachuelo hasta llegar a la casa. Antiguamente, había sido una granja de dos plantas. Con el tiempo, había experimentado transformaciones sucesivas hasta convertirla en la casa que era ahora. Había creído que aquél sería un lugar seguro y agradable donde vivir, como si, después de la muerte de sus padres, por fin algo fuera a salirle bien. Había creído que formaría parte de una familia otra vez, que tendría un lugar al que llamar hogar. Entonces, comprendió que, además de la ruptura con Franco, había sido la pérdida de ese sueño lo que tanto le había afligido. Tal vez más. Y se dió cuenta de que, tras la muerte de sus padres, había intentado buscar un lugar seguro donde refugiarse del dolor y del peligro, un lugar donde nunca se habría conocido a sí misma, donde nunca habría vivido plenamente. La casa estaba iluminada, parecía despedir rayos de oro a través de los hermosos cristales de las ventanas.

 

—Puedes aparcar en la parte de atrás —dijo ella, que conocía perfectamente el lugar.

 

Tal y como se había imaginado, los coches de los invitados estaban estacionados entre la casa y el granero, aunque el granero ya no albergaba animales, sino carísimos coches de época. La parte de atrás de la casa estaba ya llena de invitados en torno a la piscina.


 —Vamos a ver si lo entiendo —dijo Pedro—. ¿Ibas a vivir aquí con sus padres? —preguntó buscando un lugar donde aparcar.


 —Íbamos a tener nuestra independencia.

 

Con un gesto de desaprobación, Pedro apagó el motor. Entonces, Paula, inconscientemente, puso la mano en el manillar para abrir la puerta, pero él la miró enseguida y ella desistió.  Él dio la vuelta, le abrió la puerta y le ofreció su brazo.


 —Ibas a vivir con sus padres —afirmó él enfadado.


 —No veo qué hay de malo en ello —dijo con frialdad oyendo las alegres voces de los invitados a medida que se iban acercando, dándose cuenta de que no sentía ningún nerviosismo por la idea de volver a ver a Franco—. ¿Por qué no podríamos haber vivido con sus padres hasta independizarnos por nuestra cuenta?


Pero ella ya sabía lo que él iba a decir. Y odió que él fuera capaz de entenderla tan fácilmente.

 

—¿Que qué tiene de malo? ¿Y qué hay de correr desnudo, de hacer el amor bajo las estrellas o en la mesa de la cocina? ¿Qué pasa con esa pasión capaz de hacerte gritar, con esa pasión que te hace sentir como si el universo estuviera a punto de explotar? —le preguntó Pedro en voz alta, con un tono de voz muy distinto al de un hombre controlado y frío.

 

El mundo que estaba describiendo llenó a Paula de angustia, porque, en su interior, deseaba desesperadamente conocer aquel lado salvaje suyo que la necesidad de seguridad había sepultado. 

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