viernes, 23 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 16

 Pedro dejó el móvil sobre la mesa, entendiendo por qué Paula había recurrido a él.


–¿Qué voy a hacer? –le preguntó a la perra, que ni se inmutó–. Eso, haz como si no me oyeras. Es lo mismo que han hecho todos con los que acabo de hablar.



Bueno, no tanto. Sus llamadas habían resultado en cuatro invitaciones a cenar y cinco propuestas de que fuera a dar charlas a diversos equipos de fútbol. Pero no había conseguido lo que se había propuesto.


–Tengo que encontrarle un entrenador a Paula.


Daisy se estiró.


De pronto, la pantalla llamó su atención. El partido estaba en su punto álgido. Pedro se llenó de ansiedad. Echaba de menos la acción del campo, la adrenalina que le impulsaba a correr más deprisa, a regatear el balón y a marcar gol. Entonces, se acordó con nostalgia de sus días de niño, cuando una pelota y un poco de césped eran lo único necesario para poder jugar. La tarjeta de Paula estaba sobre la mesa. Sintió la urgencia de llamarla. Necesitaba hablar con ella. Tomó el móvil, marcó los tres primeros dígitos de su número y volvió a colgar. Sería una estupidez llamarla en ese momento. Podía decirle que tenía ganas de escuchar su voz, pero ¿Y si ella se espantaba al sentirse acosada? No se parecía a las mujeres con las que él había salido. Y eso le gustaba. Había disfrutado mucho más hablando con ella en el salón de su padre, comiendo galletas, que cenando con ninguna de sus novias anteriores en un restaurante de moda. Quería hablar con ella, sí. Aunque, si la llamaba, tendría que admitir que no había podido encontrarle entrenador. Eso le hacía sentir mal, pues él no era la clase de persona que fracasaba cuando se proponía una misión. Sin embargo, sabía que Paula no se molestaría, que le daría las gracias por intentarlo y se ocuparía ella misma de hacer de entrenadora para el equipo de su sobrino. Se la imaginó con un silbato colgado alrededor del cuello, dirigiendo a un grupo de niños. Después de lo que Paula había pasado de pequeña, podía enfrentarse a cualquier cosa y él lo sabía. Se entregaría a los niños por completo. De todas maneras, no era justo. Ella ya hacía bastante al cuidar de su sobrino, caviló Pedro, sin poder quitarle el ojo de encima a la tarjeta de visita. Se enderezó en su asiento. No iba a dejar que las negativas de la gente lo detuvieran.


–Puede que haya echado mi carrera a perder, pero no pienso meter la pata con esto –dijo, hablando solo–. Encontraré un entrenador para esos niños.




Dos días después, Paula estaba en el patio delantero de su casa, lanzándole un balón a Ignacio. El cielo estaba despejado, pero los ojos de su sobrino estaban poblados de nubarrones grises. Los entrenamientos comenzarían a la semana siguiente y los Defeeters seguían sin entrenador. Pedro no había llamado. Ella le dió una patada al balón y la pelota fue a la otra punta del jardín, lejos del alcance del niño.


–Lo siento.


Ignacio no dijo nada y salió corriendo detrás de la pelota. Ella sabía lo que estaba pensando. El equipo necesitaba a alguien que entendiera de fútbol más que ella, alguien que pudiera enseñar a jugar a los chicos y se supiera las reglas de memoria, sin tener que recurrir a un libro cada dos por tres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario