lunes, 26 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 21

 –Es verdad que no había contado convertirme en entrenador durante mi estancia en Wicksburg. Pero quiero hacerlo por Gonzalo y por su hijo –admitió él. 


También lo hacía por ella, pero prefirió guardárselo para sus adentros.


–¿Y si sale a la luz?


Eso mismo se había preguntado en varias ocasiones Pedro. Era posible que alguien pasara por allí, lo reconociera y lanzara la noticia. Pero estaba dispuesto a correr el riesgo. Además, ¿Qué tenía de malo ayudar a un puñado de críos? El servicio a la comunidad era algo positivo, ¿No?


–Ya veré lo que hago, si se da el caso. Mientras, no olvides que no soy el entrenador definitivo, solo estoy echando una mano.


Pedro esperaba que su puntualización fuera tenida en cuenta. Esperó que ella dijera algo, que le enumerara una lista de razones por las que no era buena idea que ayudara a los Defeeters. Sin embargo, lo único que hizo Paula fue mostrarle su bolsa de deporte.


–He traído balones y conos. También, tengo una carpeta con número de teléfono de emergencias y datos personales de los jugadores –informó ella–. ¿Dónde quieres poner los conos? – preguntó, sin más preámbulos–. Nunca he estado en un entrenamiento antes.


Esa era una de las razones por las que Pedro quería ayudar. No solo iba a trabajar con los niños. Además, iba a enseñar a Paula lo que tenía que hacer para que lo sustituyera cuando él tuviera que irse. No quería que los Defeeters se quedaran colgados y sin entrenador para la liga de otoño.


–Te lo mostraré.


Caminaron hacia el campo. El olor a hierba fresca lo inundó. Para él, era un aroma tan embriagador como el perfume de una mujer. Inhaló, llenándose de entusiasmo por la tarea que tenía por delante. Desde que se había operado el pie, había estado apartado del fútbol y de las mujeres. Al menos, una de las dos cosas iba a cambiar, pensó, lanzándole una mirada a Paula. Bueno, más o menos.


–Me gusta estar de vuelta –señaló él.


–¿En el pueblo?


–En este campo –repuso él. Durante los últimos once años, había estado jugando en estadios repletos, con hinchas de caras pintadas y pechos desnudos, mujeres en minifalda pidiendo autógrafos… Nada que ver con aquello–. No importa si estoy en un colegio de primaria o en un estadio a rebosar… en el campo de juego siempre me siento como en casa.


Paula lo miró con un atisbo de nostalgia en los ojos.


–Yo me sentía igual en el taller de pintura al que iba de vez en cuando en Chicago –recordó ella con el rostro iluminado–. Alquilaban estudios por horas. Olía a pintura y a disolvente y eso me encantaba. Disfrutaba mucho allí, siempre me quedaba hasta el último minuto.


Al contemplar el cambio de su expresión, Pedro pensó que así era como quería verla siempre.


–¿Tienes aquí algún sitio para pintar? –preguntó él con voz ronca.


–No. Es solo un pasatiempo para mí. Ahora no tengo mucho espacio para eso, con mi trabajo de diseño gráfico y con Ignacio.


A Pedro no le gustó cómo le quitaba importancia a algo que le hacía tan feliz.


–Pero si te gusta…

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