viernes, 16 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 3

 –Podría decir que no –dijo ella, suspirando.


La última vez que Paula lo había visto había sido antes de someterse a una operación para transplante de hígado. Ella había tenido catorce años, había estado hinchada, enferma y agotada, aparte de enamorada de pies a cabeza del futbolista estrella del instituto. Durante los interminables días que había pasado en cama debido a sus problemas de salud, Pedro Alfonso había habitado sus fantasías de adolescente. Había soñado que él la dejaba llevar su chaqueta, que la invitaba a ir al cine o a ser su pareja en el baile de fin de curso. Por supuesto, ninguna de esas cosas había pasado nunca. No se había atrevido a dirigirle la palabra a Pedro. Hasta que… El equipo de fútbol del instituto había organizado un campamento de verano para recaudar dinero para su operación. Recordaba muy bien el día en que él le había entregado un gran cheque. Ella había intentando ocultar su timidez, sonreírle y mirarlo a los ojos. Y él la había sorprendido al devolverle la sonrisa, haciendo que se le acelerara el corazón. Aunque, cuando había visto sus ojos llenos de compasión por ella, se había sentido destrozada. Al acordarse, se le encogió el estómago. Ella ya no era la misma. Sin embargo, no quería volver a verlo.


–Pedro es mayor que yo –señaló ella–. Es amigo de tu padre, no mío. Yo no lo conozco bien.


–Pero sí lo conoces.


–Solía venir a nuestra casa, pero no creo que él me recuerde…


–Por favor, tía Pau –suplicó Ignacio–. Nunca lo sabremos si no se lo pides.


Maldición. Aquel niño era como su padre, no se rendía jamás. Gonzalo tampoco había dejado que ella se rindiera, ni cuando había estado a punto de morir antes del transplante, ni cuando David le había roto el corazón. Debía hacerlo, por Ignacio y por Gonzalo, se dijo, tomando aliento. Sin embargo, no tenía ni idea de cómo iba a poder acercarse a alguien tan rico y famoso como Pedro Alfonso. Ignacio la miró con ojos implorantes.


–De acuerdo. Se lo pediré.


–Sabía que podía contar contigo –dijo el niño, abrazándola.


–Siempre puedes contar conmigo, campeón –repuso su tía con cariño.


Aunque sabía que las cosas no iban a salir como su sobrino quería, Paula pensaba hacer que Ignacio siguiera sonriendo. Al menos, hasta que Pedro dijera que no.


–Vamos a verlo ahora –propuso Ignacio, saliendo de su abrazo.


–No tan rápido. Es algo que tengo que hacer sola –se negó ella. No quería que a Ignacio se le hiciera pedazos la imagen que tenía de su héroe, en caso de que Pedro hubiera dejado de ser una buena persona. La fama y el dinero podían cambiar a la gente–. Y no puedo presentarme allí con las manos vacías.


Sin embargo, ¿Qué iba a regalarle a un hombre que podía comprarse lo que quisiera? Las flores podían estar bien, pero eran un poco femeninas. ¿Chocolate, tal vez?


–Galletas –sugirió Ignacio–. A todo el mundo le gustan las galletas.


–Sí –afirmó ella, aunque dudaba mucho que nada pudiera convencer a Pedro de aceptar el puesto de entrenador–. ¿Te parece bien galletas de chocolate?


–Son mis favoritas –dijo él y, de pronto, su sonrisa palideció–. Es una pena que mi madre no esté aquí. Hace las mejores galletas de chocolate del mundo.


–Es una pena, sí, pero recuerda que ahora está cumpliendo una misión importante, como tu padre –le consoló Paula, acariciándole la cabeza.


Ignacio asintió.


–¿Qué te parece si usamos la receta de tu madre? Tú puedes mostrarme cómo las hace.


–De acuerdo –aceptó el niño, sonriendo de nuevo.


Paula quería creer que todo iba a salir bien, pero sabía que no era probable. Igual que le había sucedido con su matrimonio, las posibilidades de que aquella historia tuviera un final feliz eran muy pocas. Era mejor irse preparando. Haría dos bandejas de galletas: una para Pedro y otra para quedársela. Ignacio y ella iban a necesitar algo para sentirse mejor después de que Pedro Alfonso rechazara su propuesta. 


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