miércoles, 21 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 15

Después de cenar, Pedro se retiró a la sala de audiovisuales. Allí, tenía todo lo que necesitaba: Portátil, teléfono, galletas de chocolate, la tarjeta de visita de Paula y una televisión de setenta pulgadas donde estaban retransmitiendo un partido de fútbol. En cuando encontrara un entrenador para el equipo del sobrino de Lucy, la llamaría para darle la buena noticia. Oír su dulce voz al otro lado del auricular sería recompensa más que suficiente. Se rió de sus propios pensamientos. Debía de estar necesitado de atención femenina, pensó. Sin embargo, le había gustado volver a ver a Paula. Ella le había hecho pensar en el pasado. Muchos de sus recuerdos de la infancia que había pasado en Wicksburg eran como pesadillas que intentaba olvidar. Pero había otros, pocos, que le hacían sonreír. Aunque a su padre le gustaba más el fútbol americano, nunca había intentando influenciarlo para que cambiara de deporte. No solo eso, sino que había hecho todo lo que había podido para que su hijo triunfara en el fútbol. No habría llegado tan lejos sin la ayuda de su padre y de su madre. Pero no habían sido los únicos que lo habían apoyado. También, había sido afortunado de jugar en el equipo de fútbol del colegio, en la misma liga en la que el hijo de Gonzalo estaba. Le había servido para aprender las reglas básicas y para practicar. Cuando había empezado a jugar con equipos profesionales, el jefe de su padre, el señor Buckley, le había comprado zapatillas de las buenas dos veces al año. El señor Chaves, padre de Gonzalo y Paula, también lo había ayudado, llevándolo en coche a las competiciones que eran en otras ciudades cuando sus propios padres habían tenido que trabajar.


A Pedro no le sorprendía que Paula se ocupara del hijo de Gonzalo. Los Chaves siempre habían sido una gente muy leal. En primaria, cuando sus compañeros se habían metido con él, Gonzalo siempre lo había defendido, incluso antes de que hubieran jugado en el mismo equipo. Luego, se habían hecho buenos amigos. Sin embargo, cuando se había ido de Wicksburg, él no había querido mirar atrás. Había concentrado todos sus esfuerzos y energía en el fútbol. Ya que el destino lo había llevado de vuelta al pueblo, lo menos que podía hacer por su viejo amigo Gonzalo era encontrarle un entrenador a su hijo. Así que apretó el botón de silencio de la televisión y tomó el móvil. No le llevaría mucho tiempo hacer un par de llamadas, pensó. Dos horas más tarde, colgó el teléfono después de la última llamada. No podía creerlo. Hablara con quien hablara, todos le daban la misma respuesta: Un no. Solo cambiaban las razones.


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