miércoles, 31 de julio de 2019

Te Quiero: Capítulo 9

—¿Lo he dicho así? Me disculpo. ¿Cuántos años me dijiste que tenías, Paula?

—Veinticinco. ¿Qué tiene eso de interés?

—Nada, pero es hora de que comiences a pensar en dar herederos a la hacienda, ¿No crees?

—No hace falta que te preocupes por esas cosas, Pepe —la muchacha observó el líquido marrón en el vaso y alzó sus ojos grises—. Me parece que te estás entrometiendo en mi vida.

Él se encogió de hombros. No pareció molestarse.

—¿Has pensado alguna vez que quizá los hombres te vean totalmente diferente a como te ves tú?

—No sé qué quieres decir.

—Bueno, muchas mujeres no se dan cuenta de lo que los hombres ven en ellas.

—Si supiera hacia dónde quieres ir a parar, podría estar en acuerdo o en desacuerdo, pero si lo que estás esperando es que te pregunte lo que tú ves en mí, creo que es mejor que hablemos de otra cosa.

—No. Eres muy independiente, lo sé, pero te lo diré de todas formas. Veo a una mujer a la que un hombre podría tomar en serio, si le dejas que te conozca —el hombre la miró con una mueca en los labios—. Y para que haya herederos es necesario conocerse, claro.

—¿Cómo sabes que alguien no lo ha hecho ya?

—¿Ha sido así? —preguntó, con curiosidad.

Paula terminó su copa.

—Eso entra dentro de lo personal, Pepe.

—¡Has empezado tú!

—Sólo porque tú me has provocado. Escucha, te diré lo que pienso, así quizá podamos dejar de hablar del tema. El amor es bonito. Me he enamorado dos veces y fue… todo lo que debe ser. Excepto que no fue algo duradero y no hubo la presión que provoca el matrimonio, los hijos y todo lo demás. Ningún hombre mandón me presionaba y me decía lo que tenía que hacer.

El hombre hizo una mueca, aunque enseguida se puso serio.

—Si alguna vez pierdes Wattle Creek, y esas cosas ocurren, ¿Qué harías de tu vida?

—Lucharé con todas mis fuerzas para no perderlo —respondió inmediatamente—. ¡Tendrán que sacarme de aquí luchando! Pero si alguna vez lo consiguen, tengo mi pintura y… ¿quién sabe? Podría cuidar a personas con amnesia.

—Gracias.

Ella lo miró y abrió la boca para decir algo, pero luego la volvió a cerrar.

—Dímelo, Paula, parecía algo divertido.

—No debería en realidad, pero no puedo evitar preguntarme si, de entre las cosas que recuerdas, está la de tu actitud ante el matrimonio y el amor.

Él apuró su vaso, lo dejó sobre la mesa y se recostó sobre la almohada.

—Creo que es una bonita institución en términos generales. Como tú, sin embargo, tiendo a preguntarme si el amor es capaz de sobrevivir bajo todas las presiones que tú has mencionado. Pero también creo que eso es porque ni tú ni yo nos hemos enamorado todavía de verdad.

—Entonces ¿Piensas que es posible que estés casado?

—No recuerdo tener esposa —dijo pensativo.

—No te preocupes. Mañana, mejor dicho hoy, vendrá la policía y ellos nos dirán quién eres.

—Eso espero. Pero, en términos generales, ¿Qué tipo de esposa crees que serías?

—No tengo ni idea. ¿Qué clase de esposo serías tú?

—Creo que sería un buen esposo —dijo pensativamente—. Sé hacer las cosas de la casa, me gustan los niños y me gustan las mujeres…

—No más de una al mismo tiempo, espero. Lo contrario, no haría de tí un buen esposo.

—De acuerdo. Pero todo esto sería sobre la base de encontrar una mujer adecuada, naturalmente. Y cuando digo que me gustan las mujeres quiero decir que sus manías no me ponen nervioso.

—¿Por ejemplo? —quiso saber Paula, a punto de echarse a reír.

—La preocupación por la ropa, por ejemplo. Las mujeres son más agradables cuando tienen la ropa adecuada y el cabello a su gusto, etc. Quizá por eso no son capaces de entender que lo fundamental es lo que los hombres ven de ellas.

—¿Sabes que pensar eso delata una actitud bastante arrogante?

—Pero también sabia, Paula. Así que, por todo ello, creo que sería un buen marido.

—Tu confianza en tí mismo es monumental. Creo que serías un marido bastante canalla, Pepe.

—No sé por qué se te ha metido en la cabeza que soy un canalla —murmuró él,
contrariado.

—Llámalo intuición femenina. No todas nosotras estamos tan preocupadas por la ropa que no podamos ver más allá de nuestras narices.

Él se quedó pensativo.

—¿Hay algo en los hombres que no te guste?

—Yo… suelo llevarme bien con los hombres.

—Eso puede ser porque no eres una mujer de esas muy femeninas.

Por un momento Paula se quedó seria, luego se echó a reír.

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