viernes, 12 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 43

Pedro cerró la puerta, se apoyó en ella, y miró la fotografía en su mano. Veinte años después todavía le dolía el corazón al pensar en Marcos; jamás lo abandonaría el sentimiento de culpa por su muerte. Sin embargo, el destino se movía por curiosos vericuetos, y aunque había perdido a Marcos volvía a tener un hermano de nuevo, o un hermanastro, para ser más específicos. Diego era la viva imagen de Marcos y lo necesitaba, igual que Marcos lo había necesitado. Su hermanastro, hijo ilegítimo de su padre, estaba enfadado y confundido, y se mostraba reticente a los intentos de Pedro de acercarse a él, pero poco a poco y con paciencia se ganaría al chico. Diego necesitaba una figura paterna, y él se había jurado darle todo su cariño y guiarlo en la vida como habría querido hacer con Marcos. Por el momento había decidido no desvelar la identidad de Diego. Cuando se supiera que Horacio Alfonso había tenido un hijo fuera de su matrimonio saltaría a todos los periódicos, y quería proteger a toda costa al chico de esos tiburones.

–Esto no tiene sentido –masculló Paula, cuando se detuvieron frente al escaparate de otra boutique. Los precios de los vestidos que llevaban los maniquíes eran exorbitantes–. No puedo permitirme esta ropa.

A lo largo de la calle se alineaban las más exclusivas boutiques y joyerías, junto con varias tiendas de artesanía. Paula, con sus viejos vaqueros y la sudadera que llevaba se sentía completamente fuera de lugar.

–Aquí no voy a encontrar un vestido –le dijo a Pedro. A él, en cambio, con su camisa y sus pantalones a medida, y las gafas de sol de diseño que ocultaban sus ojos, era evidente que le sobraba el dinero–. Tú y yo provenimos de dos mundos diferentes; yo no compro en esta clase de tiendas, sino en los grandes almacenes. Voy a llevar a Valentina a ver los barcos del puerto. Vamos, cariño –dijo resistiendo el impulso de desenganchar la mano de su hija de la de Pedro.

Le preocupaba que su pequeña se encariñase con él y acabase con el corazón roto cuando llegase el momento de irse y no volviesen a verlo.

–Yo creo que mamá debería probarse ese vestido rosa, ¿Tú qué dices? –le preguntó Pedro a Valentina–. Las princesas se visten de rosa, ¿No?

Valentina asintió y sus grandes ojos grises brillaron de excitación.

–Puedes ser una princesa, mami, como Cenicienta.

–¿No te remuerde la conciencia por manipular a una niña pequeña? – increpó Paula a Pedro entre dientes, con una mirada asesina.

–Yo no tengo conciencia, cara –respondió él con una sonrisa impenitente.

Empujó la puerta de la tienda y la hizo pasar dentro. Se dirigió en italiano a la elegante dependienta mientras Paula se sentía horriblemente incómoda con su ropa de rebajas. No tenía ni idea de qué le había dicho, pero unos minutos después la dependienta se acercó a ella con una selección de vestidos para que se los probase.

–Llevaré a Valentina mientras a tomar un helado –le dijo Pedro–. Aquí tienes mi tarjeta de crédito. Escoge un par de vestidos y cárgalos a mi cuenta.

–¡Estarás de broma! No voy a dejar que me pagues la ropa que voy a ponerme.

–Considéralo una exigencia de tu trabajo –le recomendó él–. Te quiero en la fiesta, Paula, así que no salgas de aquí sin haber comprado algo.

Minutos después, cuando Paula fue al mostrador a devolver todos los vestidos a la dependienta, esta la miró contrariada.

–¿No le gusta ninguno, signorina?

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