lunes, 22 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 64

Ninguna otra mujer lo había hecho sentirse así. Para él era una nueva experiencia estar con una mujer que lo valoraba como amigo y como amante. Esa camaradería que sentía con Paula era algo que esperaba seguir sintiendo mucho tiempo. ¿Y qué se suponía que significaba eso?, se preguntó frunciendo el ceño. ¿Acaso esperaba que lo suyo durase más de los tres meses a los que ella había accedido a estar en Italia? Escrutó su bello rostro y se dio cuenta de que la respuesta era un sí inequívoco. No podía imaginar que llegase un día en que pudiera dejar de desearla. Bajó la vista a sus firmes y generosos pechos, y se encontró fantaseando con quitarle la camiseta y el sujetador para luego llenar sus manos con ellos.

–Creo que ha llegado el momento de esa siesta –murmuró–. ¿No tienes sueño, mía bellezza?

Paula sintió una punzada de excitación en el vientre. Había disfrutado del paseo hasta allí, y del almuerzo, pero en todo el día la tensión sexual había estado ahí todo el tiempo, esperando. El pensar que muy pronto estarían de nuevo desnudos, haciendo el amor apasionadamente, hizo que un calor húmedo aflorara entre sus piernas. Lo miró a los ojos y esbozó una sonrisa recatada.

–Ni pizca.

–Suerte que ya he pagado, porque tenemos que irnos ahora mismo, antes de que sucumba a la tentación de hacerte el amor sobre la mesa –le dijo él poniéndose de pie.

Paula se levantó también, y se alejaron corriendo de la mano hacia el muelle donde habían dejado amarrado el yate. Riéndose y sin aliento subieron a bordo y minutos después Pedro ponía en marcha la embarcación.

–Echaremos el ancla lejos de la costa, para que no nos molesten –le dijo atrayéndola hacia sí para besarla. Justo en ese momento, sin embargo, sonó su teléfono. Lo sacó del bolsillo y miró la pantalla–. Perdona, cara, tengo que atender esta llamada; es mi abuelo. Estuvo hablando con él en italiano unos minutos, y cuando colgó y se guardó el teléfono, tomó a Paula de la mano y la condujo hacia las escaleras que llevaban a la cubierta inferior.

–Quería recordarme que celebra una cena mañana por la noche en su casa, con algunos de nuestros mejores clientes además de los principales ejecutivos de Eleganza, por supuesto. Le he dicho que llevaría una invitada.

–¿Yo? –inquirió Paula mirándolo preocupada–. ¿Pero qué pensará tu abuelo? Quiero decir que soy tu empleada, y si voy a la fiesta contigo… ¿No sospechará que hay algo entre nosotros?

–Me da igual lo que piense mi abuelo o lo que piense nadie –respondió él cuando llegaron al camarote. Alzó a Paula en volandas y la depositó sobre la cama–. Te quiero a mi lado, y si eres mi empleada tendrás que obedecer mis órdenes, cara. Y ahora ha llegado el momento de que te quites la ropa.

El deseo que ardía en sus ojos hizo a Paula sentirse seductora, y con un descaro del que nunca se habría creído capaz, se sacó la camiseta y después se quitó la falda. Luego, mientras miraba a Pedro desnudándose también, una ola de calor la invadió. Admiró su torso bronceado cubierto de vello, y sus ojos descendieron hasta los músculos de su abdomen y sus fuertes muslos, y se le cortó el aliento al ver su miembro erecto. Se pasó las manos por detrás de la espalda para desabrocharse el sujetador, y comenzó a bajar lenta, muy lentamente, los tirantes por sus brazos.

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