lunes, 29 de julio de 2019

Te Quiero: Capítulo 2

—¿Puede creer que no recuerdo mi nombre…? —entonces se incorporó, al mismo tiempo que Paula comenzó a sentirse un poco culpable, casi como si hubiera deseado que aquel hombre tuviera amnesia.

Los tres se reunieron en el porche para comentar la situación.

—Yo me atrevo a decir que sufre amnesia temporal —dijo el doctor—. Ha tenido un fuerte golpe en la cabeza. Si se debe a ello, volverá a recordar poco a poco y no tendremos ningún problema grave. Tenemos que cuidarlo y dejarle que descanse mucho. Podría tener una conmoción cerebral. ¿Podrás con ello, Paula?

—Desde luego, pero… ¿ Y si no es temporal? ¿No deberíamos llevarlo a un hospital?

—Sinceramente, no creo que sea necesario en este momento y estamos bastante ocupados. Yo iba a recoger a alguien que se ha roto una pierna cuando oí vuestra llamada. Y la otra avioneta ha salido para vigilar un brote de meningitis. Pero si todo marcha bien, en uno o dos días estaremos más tranquilos. Si ocurre algo, no dudes en llamar. ¿Está tu tío en casa?

—No. Ha viajado a Japón con una delegación de venta de carne. Pero Juan puede ayudarme si lo necesito. A propósito, supongo que tendríamos que llamar a la policía —la muchacha hizo una pausa y frunció el ceño—. Puede que viva cerca de aquí y su caballo haya vuelto a casa.

—Podría ser —afirmó Juan—. Yo me ocuparé de ello.

—¿Es enfermera?

Paula se incorporó y observó al paciente.

—No. Pero tengo bastante experiencia en primeros auxilios. ¿Cómo se encuentra? —preguntó, colocando la sábana y sentándose al lado de la cama.

—Terriblemente mal —dijo, con una extraña sonrisa que curvó sus labios—. Tengo un dolor de cabeza impresionante, mucho calor y mi lengua tiene un tamaño el doble de lo normal.

—Eso es porque se ha deshidratado y quemado con el sol. No debería de haber caminado por el campo sin sombrero. Y el dolor de cabeza se debe a que tiene un chichón espectacular en la cabeza y tres puntos en la sien. Aparte de eso, no tiene nada. O eso parece.

—Tengo también una extraña sensación de irrealidad.

—Eso es debido a la amnesia temporal —aseguró Paula, con más confianza de la que sentía en realidad—. El doctor me ha dicho que se le irá pasando poco a poco.

—Espero que tenga razón —contestó, moviéndose inquieto. Paula le colocó las almohadas para que estuviera más cómodo.

Los rayos del sol de últimas horas de la tarde, que estaba comenzando a ponerse en el horizonte, se filtraban por las puertas del porche y proyectaban una luz dorada sobre la cama, los muebles antiguos y los techos altos de la habitación. Se oía el grito de algún pájaro desde el bosque cercano. El hombre observó detenidamente a Paula. Observó su cabello rubio. Varios mechones le salían de la coleta a la altura de la nuca. La línea de su barbilla era suave y el cuello, delgado. Tenía los ojos grises y la piel suave. Sus manos eran de una mujer trabajadora. Llevaba una camisa de cuadros rojos y blancos y unos pantalones largos de color caqui. De pronto, algo cruzó por los ojos del hombre, aunque Paula no pudo saber el qué.

—¿Podría contarme algo más sobre usted y sobre este lugar?

—Si se bebe esto primero —contestó, tomando un vaso de la mesilla de noche y ofreciéndoselo.

—¡Sabe fatal!

—Es suero, para reemplazar todos los minerales y sales que ha perdido. También se puede administrar en vena. Mírelo de ese modo.

—Y usted podría ser una enfermera —contestó él, con brillo en los ojos.

—¡Tómelo o déjelo! —dijo ella, con una mueca.

El hombre bebió un sorbo largo e hizo una mueca. Paula se sentó de nuevo.

—Bien. Soy Paula Chaves y está en el rancho de Wattle Creek. Mi tío es el propietario y está fuera en estos momentos. Yo he vivido aquí toda la vida y le ayudo a cuidarlo.

—¿Cuántos años tiene?

—Veinticinco y criamos…

—¿No ha hecho otra cosa? Desde luego no tiene aspecto de ser la típica ranchera.

—Pues lo soy —contestó, mirándolo fijamente a los ojos.

—¿Qué? —el hombre preguntó con un gesto serio, aunque sus ojos sonreían.

—Me preguntaba si va a seguir interrumpiéndome, señor… bueno, como se llame.

—Tendremos que inventar un nombre para mí por el momento. No me gustaría que se refirieran a mí como el hombre sin nombre.

Paula se quedó pensativa unos segundos.

—¿Qué le parece si le llamo…? Bueno, puede elegir. ¿Tomás, Diego o Marcos?

Él pareció dolido.

—Podría pensar en otros nombres. ¡Esos nombres no me gustan!

—¿No tiene…? —preguntó ella, mientras se reía—. No, perdone. Yo…

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