lunes, 22 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 61

–Deja que te demuestre lo agradable que puede ser, cara –murmuró bajando de nuevo la cabeza.

Se aplicó a la tarea con tanto esmero, que pronto Paula estaba retorciéndose debajo de él, y su propia excitación fue en aumento cuando le lamió el clítoris y ella emitió un intenso gemido.

–Por favor…

Paula nunca había estado tan excitada. Quería que la hiciera suya, que aplacase el resquemor en su vientre. Pedro era un hechicero, y su magia la había atrapado por completo. Abrió los ojos cuando lo notó apartarse de pronto de ella. Pedro sonrió al ver la decepción en sus ojos, y le tendió un preservativo que había sacado del cajoncito de la mesilla de noche.

–Pónmelo tú.

Las mejillas de Paula se tiñeron de rubor. ¡Por amor de Dios, era enfermera!, se recordó. Y desde luego no era la primera vez que veía un órgano masculino, pero el tamaño del miembro erecto de Pedro la dejó sin aliento mientras trataba torpemente de rasgar el envoltorio. Cuando por fin sacó el preservativo y lo deslizó sobre el sexo de Pedro lo notó duro como una piedra. Era enorme… ¿Cabría dentro de ella?, se preguntó vacilante. El corazón le golpeaba contra las costillas cuando él la empujó suavemente para tumbarla, le separó las piernas y se arrodilló entre ellas. La besó en la boca, y luego sus labios descendieron por su cuello hacia sus pechos. Succionó primero un pezón y luego el otro, una y otra vez hasta que Paula creyó que iba a volverse loca. Solo entonces, cuando estaba temblorosa de placer, la penetró con una profunda embestida, deteniéndose un momento para que sus músculos internos se adaptasen a su miembro antes de retirarse un poco y embestirla de nuevo.

–¿Todo bien? –le preguntó suavemente, apoyando su frente en la de ella.

La consideración de Pedro le llegó a Paula al corazón. No había duda de que la pasión mezclada con ternura era una combinación muy potente, se dijo.

–Estaré bien si vuelves a hacerlo –murmuró.

Pedro la embistió otra vez, y otra vez… Cada rítmica sacudida de sus caderas la llevaba un poco más alto, y minutos después estaba al borde del éxtasis.

–Ojalá pudiese prolongar esto mucho más, cara –murmuró Pedro–, pero te deseo tanto que me temo que tendrás que disculpar mi impaciencia.

Empezó a embestirla a un ritmo más rápido, con más fuerza, y Paula se aferró a sus hombros, cerrando los ojos para disfrutar de aquel oleaje de placer que iba en aumento.

–Mírame, Paula –le dijo Pedro.

Era consciente de que no podría seguir controlándose mucho más tiempo, pero quería asegurarse de que supiese que estaba haciendo el amor con él, no con un fantasma del pasado. La explosión final fue violenta, pero increíblemente dulce. En lo más hondo de Paula se desató un torrente de espasmos de exquisito placer. No recordaba haber tenido un orgasmo igual en toda su vida. Pedro se quedó quieto y echó la cabeza hacia atrás con un intenso gemido; él también había alcanzado el clímax. Paula se sentía lacia, incapaz de pensar, y cerró los ojos un instante, concentrándose en el modo en que se contraían y se distendían los músculos de su vagina. Cuando abrió los ojos de nuevo vió a Pedro tembloroso sobre ella, y una ola de ternura la invadió al ver tan vulnerable a un hombre tan fuerte y seguro de sí mismo. Lo abrazó, peinándole el cabello húmedo con los dedos, y lo besó en la mejilla. Así era como debería ser hacer el amor,pensó, una unión absoluta de dos cuerpos en perfecta sincronía. Sin embargo, para ella había sido muchísimo más. No podía seguir negando la evidencia. El amor se había colado en su corazón y había apresado su alma, y por eso se había entregado a él. Le había devuelto la confianza en sí misma, y había curado el daño que Javier le había hecho. Hacer el amor con él había sido la experiencia más profunda de su vida, una que jamás olvidaría y de la que jamás se arrepentiría. Tan hermoso era lo que habían compartido, que se le llenaron los ojos de lágrimas.

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