viernes, 19 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 58

Pasó un buen rato antes de que pudiera recobrar la compostura. Horriblemente azorada, se secó los ojos con el dorso de la mano y levantó la cabeza. Estaban en un espacioso saloncito decorado en tonos marrón y crema, y a través de una puerta entreabierta se veía una cama de matrimonio con sábanas color vino. Debía ser el dormitorio de Pedro.

–Pensé que no querrías que se despertase Valentina –le explicó antes de depositarla sobre el sofá y sentarse él también.

Las mejillas de Paula se tiñeron de rubor al recordar cómo se había derrumbado delante de él, pero también por lo cerca que estaban sentados el uno del otro.

–Lo siento –murmuró–. Seguro que tienes cosas mejores que hacer que verme lloriquear.

–Lo has pasado muy mal –respondió él en un tono quedo–. Es mejor no guardarse las cosas.

Algo en su voz hizo que Paula alzase la mirada hacia su rostro, y se le encogió el corazón al ver el dolor en sus ojos.

–¿Es eso lo que hiciste tú cuando tu hermano murió? –preguntó suavemente–. Sara me contó lo del accidente.

Pedro apretó la mandíbula.

–¿Te contó también que si hubiera estado vigilando a Marcos no habría habido ningún accidente? Estaba resentido porque mi madre había vuelto a dejarme a cargo de mi hermano, y murió porque no estaba pendiente de él, como debería haberlo estado. Le fallé.

–Solo eras un chiquillo, un adolescente –murmuró Paula tomándolo de la mano–. Como dice Sara, tus padres deberían haberse responsabilizado más de él. Me ha contado que casi perdiste la vida al intentar salvarlo. En cuanto a lo de hoy… –la voz de Paula se quebró–. Cuando me dí cuenta de que Valentina no estaba, me asusté tanto… No podía ni pensar. No sabía qué hacer. Pero tú tomaste las riendas y llamaste a la policía, y organizaste la búsqueda cuando la gente se ofreció a ayudarnos. Mientras yo me dejaba llevar por el pánico tú hiciste todo lo posible para encontrarla y yo… yo… –tragó saliva porque se le había hecho un nudo en la garganta, y esbozó una sonrisa temblorosa–. Me alegré tanto de que estuvieras allí…

Las emociones eran un infierno, pensó Paula mientras las lágrimas volvían a nublarle la vista. El miedo a perder a Valentina la había desprovisto del caparazón tras el cual solía parapetarse, y se sentía terriblemente vulnerable. Durante los últimos tres años había criado a su hija sola, y aunque había habido momentos difíciles, llevaba con orgullo no haber necesitado la ayuda de nadie. Pero esa mañana sí la había necesitado, y él había sido su roca.

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