miércoles, 24 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 69

Al final de la calle apareció una pareja que acompañaba a un niño subido en una bicicleta. Con suerte tal vez hablaran inglés, se dijo desabrochándose el cinturón de seguridad mientras se acercaban. Eran una pareja que llamaba la atención: los dos altos, él de pelo negro y porte atlético, ella esbelta y elegante con una larga melena rubio platino que sugería que no era italiana. Había algo en aquel hombre, sus movimientos felinos y el aire de absoluta confianza en sí mismo, que le resultaba curiosamente familiar. Paula frunció el ceño y miró al niño, un chico de unos siete u ocho años, y se le paró el corazón. El cabello negro no era inusual en un italiano, pero sus rasgos, de una simetría casi perfecta, lo hacían extraordinariamente parecido a Pedro. «No seas ridícula», se dijo, irritada por dejar que la sombra de las palabras de Diana Manzzini planease aún sobre ella. No se creía lo que le había contado. Sin embargo, no podía apartar la vista del chico. Estaba ya muy cerca de donde ella había aparcado, y en ese momento vio que sus ojos eran de un inusual color ambarino. El estómago le dió un vuelco. Era como si se hubiese tornado en piedra y no pudiese moverse, solo mirar al chico, que se bajó de la bicicleta, la apoyó con cuidado contra la pared de un edificio, y corrió hacia el hombre, que estaba acercándose con la mujer. El hombre levantó al muchacho, muy alto, y los dos rieron mientras la hermosa rubia los miraba y sonreía.

–¿Nos vamos ya, mami?

–Sí, cariño, ahora mismo.

Paula volvió a abrocharse el cinturón con manos temblorosas. No quería ni pensar que Valentina pudiera ver a Pedro, o que él mirase en aquella dirección y las viera a ellas. ¡Y pensar que había confiado en él! ¿Acaso no había aprendido nada después de que Javier traicionara la fe ciega que tenía en él? ¿Cómo podía ser tan idiota para cometer el mismo error dos veces? Puso en marcha el motor, y el ruido atrajo la atención de Pedro, la mujer y el niño. Como un animal asustado por los faros de un coche, no podía apartar los ojos de Pedro. Él también se quedó como paralizado un instante, sorprendido de verla allí, y frunció el ceño. Dió un paso, pero Paula se obligó a salir de su estupor y dió marcha atrás para salir por otra calle. Tenía que alejarse de allí, de él.


Horas después Pedro se dirigía de regreso a Villa Lucia, impaciente por hablar con Paula. Imaginaba que debía haberle sorprendido verlo en Génova, pero lo tenía algo preocupado lo tensa que la había visto, y no entendía por qué había salido corriendo de esa manera. Estaba siendo un día muy intenso. Por fin parecía haberse ganado a Diego con la bicicleta que le había regalado, y lo había embargado la emoción cuando su hermano lo había abrazado. Era la primera vez que lo hacía. Aquello había reavivado dolorosos recuerdos de Marcos, pero también había reforzado su determinación de ser una figura paterna para el chico. Además, con el permiso de Diego, que ya había decidido que quería conocerlo, había ido a ver a su abuelo para revelarle que tenía otro nieto, y este se había tomado la noticia mucho mejor de lo que había esperado. En un primer momento había sido un shock para él, naturalmente, y lo había disgustado que Horacio le hubiese ocultado aquello durante siete años, pero estaba deseando conocer al pequeño, y se había mostrado de acuerdo con él en que debería heredar una parte de la compañía. Y ahora por fin podría contárselo también a Paula y abrirle su corazón. Estaba hecho un manojo de nervios, pero también esperanzado de que ella  quisiera compartir el futuro que soñaba. Al llegar lo extrañó ver estacionado un taxi frente a la casa. Detuvo el coche a unos pocos metros, y justo en ese momento Paula bajó la escalinata de la entrada con una maleta en la mano. Se paró en seco al verlo, y aun en la distancia Pedro pudo ver lo tensa que se puso antes de apartar la vista y volverse hacia el taxi para meter la maleta en el maletero.

–¿Qué estás haciendo? –le preguntó Pedro bajándose del coche.

Cuando se acercó vió que Valentina estaba dentro del taxi, y lo invadió un mal presentimiento.

–Me marcho.

–Eso ya me lo he imaginado, ¿Pero por qué? Te contraté por tres meses.

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