miércoles, 17 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 51

–Su hermano era solo un chiquillo cuando murió, ¿Verdad? –inquirió Paula en un murmullo mientras colgaba el vestido de Sara en el armario.

–Sí, pobrecito. Marcos era un niño que necesitaba mucha atención. Le diagnosticaron autismo leve, y mi hija no podía con él. Lo dejaba a cargo de Pedro con demasiada frecuencia.

Pasaban de las once cuando los últimos invitados se marcharon y ella acompañó a Sara, cansada pero feliz a su dormitorio.

–Me ha encantado conocer a los amigos de Pedro. Ha sido tan bueno organizando esta fiesta para mí. Siempre ha tenido un corazón de oro –dijo la anciana. Luego, sin embargo, su rostro se entristeció y exhaló un suspiro–. Lo pasó muy mal cuando murió Marcos. Fue un accidente, pero Pedro siempre se ha culpado por ello.


–¿Y qué fue lo que pasó? –inquirió Paula, sin poder reprimir su curiosidad–. ¿Cómo murió Marcos?

–Los chicos habían venido a Nunstead Hall para pasar las vacaciones de Navidad. Aquel fue un invierno muy frío, y el lago se había helado – recordó Sara–. A Marcos le habíamos dicho una docena de veces que no caminara sobre el hielo, pero los niños no son conscientes del peligro. Pedro casi perdió la vida también intentando salvarlo. El jardinero tuvo que sacarlo del agua helada y sujetarlo para que no tratase de meterse otra vez porque ya era demasiado tarde –explicó en un tono sombrío–. Marcos debía haberse caído al hielo un buen rato antes de que Pedro lo viera porque ya estaba muerto.

–¡Qué espanto! –musitó Paula estremeciéndose.

–No estoy segura de que Pedro lo haya superado del todo –Sara, que llevaba un rato rebuscando en su bolso, suspiró con frustración y le dijo–. Paula, cariño, creo que debo haberme dejado las gafas de leer abajo.

–Iré por ellas.

Paula agradeció tener unos momentos a solas para intentar poner orden en sus pensamientos. En una sola tarde había oído dos historias contradictorias sobre Pedro. Por un lado, según su examante había engañado a Romina Barinelli haciéndole creer que quería casarse con ella y luego, la había dejado cuando se había cansado de ella, rompiéndole el corazón. Por otro, en cambio, según su abuela, Pedro había estado dispuesto a sacrificar su vida para salvar a su hermano pequeño. ¿Cuál de los dos era el verdadero Pedro?, se preguntó. ¿El hombre cruel que había engañado a la pobre chica para llevarla a su cama, o el valiente héroe que no había podido ayudar a su hermano? Quizás los dos, se respondió, igual que Javier. Las gafas de Sara estaban en una mesita del salón. Sonrió a la criada que estaba recogiendo las cosas de la fiesta, fue por las gafas, e iba a salir cuando la voz de Pedro la hizo detenerse.

–¿Huyendo de nuevo, Paula?

Ella  no había visto que estaba fuera. Algo en su tono de voz le dijo que no estaba de buen humor.

–Había bajado por las gafas de tu abuela –explicó levantando la mano para mostrárselas.

–María se las llevará.

Se dirigió a la joven criada en italiano, y esta fue hasta donde estaba Paula para tomar las gafas antes de abandonar la estancia, cerrando la puerta tras de sí.

–¿Te apetece algo de beber? –le preguntó Pedro yendo hasta el bar para servirse otro brandy.

–No, gracias –murmuró Paula. Se notaba tan tensa como la cuerda de un arco ahora que se había quedado a solas con Pedro–. Estoy cansada y quiero irme a la cama.

Él le dedicó una mirada sardónica.

–Estoy seguro de que ha sido un día agotador para tí, sentada en el jardín con mi abuela, pero aun así me gustaría que me informaras al menos de los progresos de mi abuela. ¿Cómo va la quemadura de la mano?

–Se cura bien. Ahora que el riesgo de infección ha pasado ya no hará falta que siga llevando la venda, y ella dice que ya no le duele ni la mitad de lo que le dolía.

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