lunes, 15 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 46

Dejando a un lado la cautela con que trataba al chico normalmente, le rodeó los hombros con el brazo.

–Lo que tú quieras, Diego –le dijo–. Te prometo que no le diré a nadie que eres hijo de Horacio hasta que tú no estés conforme con que lo haga. Y ahora… –añadió con una sonrisa para intentar disipar la tensión del momento–, ¿Qué te parece si nos vamos a tomar un helado?

–Bueno –murmuró Diego, enjugándose las lágrimas con la mano. Y por primera vez le devolvió la sonrisa a su hermano.


Los preparativos del cóctel estaban ya muy avanzados cuando Pedro llegó a Villa Lucia esa tarde. Los miembros del servicio comandados por Beatríz estaban empleándose a fondo para que la fiesta en honor de su abuela fuera un éxito.

Betaríz se había superado en esa ocasión, se dijo cuando volvió abajo después de darse una ducha y cambiarse. La casa estaba preciosa y muy acogedora. Enormes jarrones de rosas y lirios decoraban el vestíbulo, inundando el aire con su fragancia, mientras que docenas de velas titilaban suavemente repartidas aquí y allá. Dentro de quince minutos empezarían a llegar los invitados. Las botellas de champán estaban metidas en hielo, y los camareros contratados para la ocasión servirían una selección de canapés. Había sido un buen día, y parecía que había dado un paso en la buena dirección con Diego. Estaba a punto de ir en busca de su abuela cuando una voz irritada detrás de él lo detuvo.

–¿Dónde está mi ropa?

Pedro se volvió y vió a Paula bajando por la escalera. Sus ojos grises relampagueaban.

–Este vestido no es mío –dijo cuando llegó abajo, señalando el vestido rosa que no había querido comprar–, ni ninguna de las prendas que han aparecido como por arte de magia en mi armario.

Paula inspiró profundamente, tratando de controlar la ira que se había apoderado de ella cuando había ido a ponerse el vestido que había comprado y se había encontrado con que no estaba, y que su ropa había desaparecido y había sido reemplazada por docenas de espectaculares conjuntos, muchos de los cuales se había probado hacía unos días en aquella boutique.

–¿A qué estás jugando, Pedro?

–Te he comprado esa ropa porque no podías pasarte los próximos tres meses con lo que tú habías traído –le explicó él muy calmado–. Por una parte no necesitarás ropa de tanto abrigo. Y por la otra… –sus ojos se deleitaron en su sedosa media melena y en los elegantes hombros–… es un crimen que ocultes esa figura bajo una ropa tan poco favorecedora.

El cuerpo del vestido tenía un corte perfectamente estudiado que levantaba los senos, dejando al descubierto la suave curva superior en toda su abundante gloria. A Pedro se le hizo la boca agua imaginándose que le bajaba los tirantes hasta esos firmes montículos y hacía que se desparramasen en sus manos. Bajó la vista un poco más, fijándose en la delicadeza con que el vestido de gasa caía sobre sus caderas y acababa a solo unos centímetros de sus rodillas. Finalmente, las sandalias plateadas de tacón que adornaban sus pies hacían aún más bonitas sus largas piernas.

–Sei bella –murmuró Pedro. Una ráfaga de deseo lo sacudió, y notó una incómoda tirantez en la entrepierna–. Sabía que ese vestido te quedaría bien, pero debo decir que supera con creces mis expectativas, cara.

Tanto que la habría alzado en volandas para llevarla arriba, le habría arrancado el vestido y le habría hecho el amor, pero tenía que pensar en su abuela, y la fiesta, y en sus deberes como anfitrión. Tenía que controlar su libido.

–Esa ropa es una muestra de agradecimiento por todo lo que has hecho por mi abuela, y también por haber accedido a venir a Italia.

Paula sacudió la cabeza.

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