viernes, 19 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 57

-Es culpa mía, no estaba vigilándola como debía… –las lágrimas rodaron por las mejillas de Paula al desmoronarse el férreo control que mantenía sobre sus emociones–. ¿Y si le ha pasado algo? –miró temerosa el mar–. ¿Y si alguien se la ha llevado? –murmuró, no atreviéndose a dar voz a su peor pesadilla.

A Pedro se le encogió el corazón. Él mejor que nadie sabía cómo se sentía en ese momento. El darse cuenta de que Valentina no estaba, empezar a buscarla desesperada… Habían pasado veinte años de la muerte de su hermano, pero nunca olvidaría el miedo que había pasado cuando Marcos desapareció y se puso a buscarlo, angustiado, por los terrenos de Nunstead Hall. «Madre di Dio, por favor haz que esta vez sea distinto», rogó para sus adentros. Tomó el rostro de Paula entre sus manos y la miró a los ojos.

–Deja de culparte: eres la mejor madre que he conocido. Encontraremos a Valentina. Te lo prometo, cara.

Los siguientes cuarenta minutos fueron los peores de la vida de Paula. Ni cuando le dijeron que Javier había muerto, ni cuando había descubierto por su última amante que le había sido infiel, había sentido una angustia tan atroz. Estar a la espera de recibir noticias era un auténtico suplicio, pero habían pensado que lo mejor era que permaneciese en el sitio donde había perdido de vista a Valentina por si la pequeña volvía.

Entretanto, Pedro seguía buscando con la policía y otras personas que se habían ofrecido a ayudar. Todas las historias trágicas de niños desaparecidos que había leído en los periódicos acudían a su mente en esos momentos. Se le hacía insoportable la idea de no volver a ver a su hija. Bajó la cabeza, angustiada, y se tapó el rostro con las manos.

–Paula…

La voz de Pedro se oyó en la distancia, pero algo en su tono… Paula apartó las manos de su rostro, se giró, y sintió como si el corazón fuera a explotarle en el pecho cuando lo vió dirigiéndose hacia ella con Valentina en brazos.

–¡Gracias Dios mío, gracias Dios mío!

Las lágrimas la cegaban y las piernas apenas la sostenían, pero se obligó a moverlas para ir a abrazar a su niña.



Esa tarde Pedro llamó a la puerta abierta de la habitación de Paula antes de entrar. Ésta, que salía justo en ese momento de la habitación de Valentina, cerró suavemente la puerta que comunicaba con la suya.

–¿Se ha dormido? –inquirió Pedro en un murmullo.

Ella asintió.

–No me sorprende que esté cansada después de haberse pasado toda la tarde persiguiendo a Bobby por el jardín –contestó, forzando un tono alegre–. Y está muy ilusionada con que mañana vengan a recogerla sus abuelos.

No se veía con fuerzas para hablar de lo que había ocurrido en la playa. Pedro le había dicho que habían encontrado a Valentina cerca del muelle, dormida en unas redes de pesca. A Paula se le había helado la sangre al pensar que su pequeña hubiera podido caer al agua y haberse ahogado. Por suerte Valentina no era consciente del pequeño drama que había protagonizado, pero habían decidido volver a la villa, y ella había hecho un esfuerzo por ocultar lo mal que lo había pasado para que no le afectase.

–¿Aún vas a dejar que vaya a Niza con tus suegros?

Paula volvió a asentir.

–Ahora mismo preferiría no perderla de vista ni un solo segundo, pero se llevaría un disgusto si no la dejase ir, y estoy segura de que los padres de Javier cuidarán bien de ella.

Sin previo aviso se le llenaron los ojos de lágrimas. Durante toda la tarde se había esforzado por apartar de su mente los recuerdos de lo que había ocurrido en la playa, pero de pronto volvieron en tropel, y revivió el miedo y la desesperación que había sentido. Se sentó en el borde de la cama y sucumbió a los sollozos que la sacudían violentamente.

–Cara…

Pedro se acercó y la alzó en volandas, y ella, que no tenía fuerza, ni física ni mental en ese momento, no ofreció resistencia, y siguió llorando con el rostro oculto en su pecho mientras él la llevaba a algún sitio.

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