lunes, 29 de julio de 2019

Te Quiero: Capítulo 4

—Sólo se me ocurre que vinieras a caballo desde una zona no muy lejana y que tu caballo se asustara y te tirara. Luego se habrá ido a casa —aventuró la muchacha, encogiéndose de hombros.

—No me ha tirado un caballo jamás… o no desde que cumplí los diez años.

—¿Cómo lo sabes? —quiso saber Paula.

—Simplemente lo sé —contestó impotente.

—Le puede ocurrir a cualquiera —objetó Paula—. Quiero decir que podría haberse asustado con una serpiente. De todas maneras, Juan, nuestro capataz, está intentando averiguar algo. También está intentando ponerse en contacto con la policía. Y ahora, pareces cansado, ¿por qué no descansas un poco?

—¡No me siento bien! —admitió, moviéndose inquieto.

—Te daré una de esas pastillas. Te ayudará… y ahora, tranquilo. Sé que los hombres no suelen ser buenos enfermos, pero no creo que eso sea verdad en tu caso.

Los ojos azul oscuro del hombre miraron fijamente a la muchacha.

—¡Maldita sea! ¿Cuántos años crees que tengo, Paula Chaves?

—¿Treinta y algo? Razón de más para que te comportes —le dió la pastilla y le sirvió un poco de agua de una jarra. Luego lo miró tranquilamente.

El hombre dudó unos segundos. Después se tomó la pastilla con ayuda del agua.

—Bien, ahora iré a preparar la cena, pero si necesitas algo, sólo tienes que pulsar ese timbre. No se te ocurra levantarte de la cama, ¿Entendido?

—Me equivoqué contigo —dijo con amargura—. Deberías haber sido militar.

Ella esbozó una sonrisa y le colocó una mano sobre la frente.

—Ahora duerme. Estoy segura de que te sentirás mejor cuando despiertes.

Se quedó dormido enseguida.

Juan Bentley llegó cuando Paula estaba cenando en la mesa de la cocina. La muchacha le ofreció una taza de café.

—¿Hay alguna noticia? —preguntó, mientras sacaba las tazas del antiguo armario.

—Nada. Nadie parece conocerlo ni haberlo visto. La policía está investigando. Les dí una descripción… a propósito, hay una cosa que puede ser interesante. Ha habido una tormenta muy fuerte en el distrito de al lado y hay algunas carreteras cortadas. Pudo ocurrir que él quedara atrapado y decidiera caminar para refugiarse. Aunque…

—Oh, Juan. ¿Viene hacia aquí?

—¡Claro que sí! —Asintió alegremente Juan—. Hay un sistema de bajas presiones que podría… pero ya sabes lo caprichoso que es el tiempo. Que llueva mucho a cincuenta kilómetros no significa que llueva aquí.

—Crucemos los dedos —dijo Paula, tomando la cafetera de esmalte del fuego y sirviendo en las tazas—. Justo hoy he estado hablando a los niños sobre que tienen que ahorrar agua —se detuvo y suspiró profundamente—. Lo último que necesitamos en este momento es una sequía.

—Aparte de los bajos precios de la carne y la inflación actual —añadió Juan.

—Y aún así, Wattle Creek logra mantenerse —continuó Paula, echándose el flequillo hacia atrás.

—Sí, eso parece. ¿Y qué me dices del desconocido? ¿Cómo está?

—Apagado como una luz, pero está bien. He estado revisando regularmente su pulso. Por cierto, ya se acuerda de su nombre, aunque todavía no de su apellido. Se llama Pedro.

—Tengo el presentimiento de que es alguien de dinero.

—¿Tú crees? —Paula miró a Juan por encima del borde de la taza—. Podría ser.

El hombre parece seguro de que ningún caballo se atrevería a tirarlo.

—¿Orgulloso, eh?

—Sí, parece bastante seguro de sí mismo a pesar de la amnesia. La verdad es que puede que sí sea algo orgulloso —respondió Paula.

Juan arqueó una ceja.

—¿Necesitas ayuda? Puedo quedarme aquí esta noche.

—No, pero gracias de todos modos, Juan. —la muchacha se calló al ver que la puerta de la cocina se abría y las cortinas se movían—. Se está levantando viento — puso las manos sobre la cabeza—. Recemos para que esas bajas presiones lleguen hasta aquí.

Juan se levantó.

—Entonces será mejor que me vaya a comprobar si todo está bien sujeto y cubierto. Te veré por la mañana, Pau. No te olvides de llamarme si necesitas ayuda con el señor Pedro.

Paula limpió los platos y ordenó la cocina. Era una cocina grande y antigua, dominada por un gran armario donde estaba colocada la vajilla. También había una gran mesa y una estantería colgada del techo, llena de cacerolas y cubos y unas ramas y hojas atadas boca abajo que ella estaba secando.

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