viernes, 5 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 32

–¿Por qué está apagada la…? –comenzó a preguntar, pero se calló al ver su mano. No la que tenía el vendaje, sino la otra, que estaba amoratada e hinchada–. ¿Pero qué te ha pasado?

–Abrí la puerta trasera para llamar a Tom, y entonces se levantó una ráfaga de viento que la cerró de golpe y me pilló los dedos –le explicó la anciana con voz temblorosa–. Pedro cree que no están rotos porque puedo moverlos –añadió, contrayendo el rostro al intentar demostrárselo.

–Debe dolerte muchísimo –murmuró Paula, acuclillándose frente a ella para echarles un vistazo. Preocupada, repitió su primera pregunta–. ¿Por qué no está encendida la calefacción?

–No funciona. Pedro dijo que era por no sé qué problema de la caldera.

–¿Y se puede saber dónde está?

–Oh, se ha ido esta mañana a París a ver a una de sus amigas. ¿O se fue ayer? –Sara sacudió la cabeza–. Estoy hecha un lío –luego esbozó una débil sonrisa y añadió–. Es todo un donjuán, igualito que su padre.

Por un momento Paula se quedó sin habla.

–¿Me estás diciendo que te ha dejado sola y con la mano así, y con la casa como un témpano, para ver a una de sus conquistas? –se le revolvió el estómago de solo pensarlo, y sintió que la ira se apoderaba de ella.

¿Cómo podía haber hecho algo así? Su respeto a la anciana fue lo único que hizo que contuviera su lengua para no decir en voz alta lo que pensaba de él: que era el hombre más irresponsable y desconsiderado de todos los que había conocido. Lo que no logró fue acallar la vocecilla cruel que le susurró diciéndole que probablemente la mujer a la que había ido a ver era la hermosa Candela Pascal. Parecía que se había dado cuenta de que besarla había sido un error, y que ya había pasado página. Seguro que ya incluso lo había olvidado. Tenía que centrarse en su trabajo, se recordó. Su prioridad era buscarle a Sara una residencia donde la cuidasen debidamente. A pesar de la obstinación de la anciana, tenía que hacerle comprender que no podía seguir viviendo sola. Miró a Valentina, que estaba tosiendo de nuevo.

–No te quites el abrigo, cariño. Siéntate con Sara; voy a prepararle una taza de té.

La niña asintió y se sentó en el brazo del sillón.

–Yo te cuidaré, nonna –le dijo dándole unas palmaditas en el hombro–. ¿Quieres que te cuente el cuento de los tres cerditos?

El cansancio se disipó de los ojos de Sara, que sonrió.

–Me encantaría, preciosa.

Cuando Paula entró en la cocina de repente se abrió la puerta que daba a la parte de atrás de la casa, y la sorprendió ver entrar a Pedro.

–Creía que estabas en París.

Él frunció el ceño ante el tono acusador de Paula, pero lo intrigó verla sonrojarse.

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