lunes, 22 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 63

Camogli era un bonito pueblo costero con un puerto con mucha actividad. Paula había disfrutado del trayecto hasta allí en el yate de Pedro, de seis metros de eslora. Hacía un día perfecto, con el cielo completamente despejado y el sol arrancando destellos de la superficie del mar. De pie en la cubierta, con el brazo de Pedro en torno a su cintura y la brisa jugando con su cabello se había sentido como si hubiese entrado a otro mundo. Aquello estaba a años luz de su vida con Valentina en Northumbria, pero dentro de unas pocas semanas tendrían que dejar Italia, y a él, se recordó. De camino a Camogli habían hecho un alto en San Fruttuoso, un lugar muy conocido de la costa de Liguria, y habían pasado una hora explorando el hermoso monasterio benedictino que se alzaba en la playa. Y en ese momento estaban sentados en la terraza de un encantador restaurante en el paseo marítimo de Camogli. Habían almorzado vieiras, y un plato típico, branzino in tegare, lubina al vino blanco con tomate, acompañado de un Pinot Grigio, y finalmente una taza de café solo. El corazón le palpitó con fuerza al mirarlo. Ese día estaba particularmente sexy con unos vaqueros negros, un polo, y los ojos ocultos tras unas gafas de sol de diseño. Y a juzgar por las miradas que le estaban echando las mujeres de otras mesas no era la única que pensaba lo mismo. Habían pasado un rato muy agradable durante el almuerzo, conversando acerca de todo tipo de temas, desde arte a política, y hasta habían descubierto un gusto compartido por un autor nuevo de novela de intriga.

–¿Siempre quisiste ser enfermera? –le preguntó Pedro, dejando su taza de café sobre la mesa.

Paula asintió.

–Sí, me crié en la granja de mis padres y durante un tiempo pensé en hacerme veterinaria, pero cuando acabé el instituto supe que quería ser enfermera.

–Imagino que no siempre será una profesión fácil, Debe haber ocasiones, incidentes, que te hagan sentirte mal.

–Sí, algunas veces –admitió ella–. La muerte de un paciente siempre es un momento duro, pero lo positivo supera a lo negativo en la balanza. Cuando acabé las prácticas estuve seis meses en Liberia. El país estádevastado por años y años de guerra civil, y las instalaciones médicas son bastante primitivas, cuando menos. Era muy triste ver a la gente, y sobre todo a los niños, morir por enfermedades curables, como la malaria y el sarampión, pero aquella experiencia también fue una gran inspiración para mí. La gente de allí ha sufrido lo indecible, pero están decididos a mejorar sus vidas, y me sentía bien de saber que estaba ayudándolos, aunque solo fuera en una pequeña medida.

–Así que después de aquello regresaste a Inglaterra, te casaste con Javier y vivieron felices hasta su trágica muerte en aquel incendio.

Paula rehuyó la mirada de Pedro, sin saber que el brillo se había desvanecido de pronto de sus ojos.

–Sí –mintió–. ¿Y qué me dices de tí? –inquirió, desesperada por cambiar de tema–. ¿Alguna vez quisiste ser actor, como tus padres?

–¡Dio, no! –repicó él–. Ya había bastante temperamento artístico en la familia con ellos dos –añadió sarcástico–. Lo cierto es que sí se plantearon enviarme a una escuela de arte dramático, pero por suerte mi abuelo intervino. Mi padre nunca tuvo el menor interés en tomar parte en la empresa familiar, pero mi abuelo, Alfredo, había decidido que quería que yo fuera su heredero y que algún día fuera el director de Eleganza.

–¿Y no te molestó que planeara así tu futuro? –inquirió Paula con curiosidad.

Pedro negó con la cabeza.

–Fui yo quien decidí estudiar Ingeniería. Me interesan todos los aspectos de la industria del motor, pero lo que de verdad me entusiasma es el área de investigación: desarrollar nuevas ideas, utilizar nuevas tecnologías… El proyecto en el que estoy trabajando ahora mismo es un coche deportivo híbrido con un motor que emplea energía eléctrica y otro de combustión interna, que reducirá el uso de combustibles fósiles –le explicó sonriente. Su entusiasmo lo hacía parecer más joven–. Seguro que te estoy aburriendo –dijo azorado–. La mayoría de las mujeres se aburren cuando les hablo de mi trabajo.

–Oh, no, me parece fascinante –le aseguró ella–. Supongo que no soy como el resto de las mujeres.

–Eso es decir poco –respondió él.

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