lunes, 1 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 25

Colgó la chaqueta en el perchero de la entrada y fue a la cocina. El sacacorchos se escondía al fondo del cajón de los cubiertos, lo que demostraba lo poco que lo usaba. Estaba luchando con el corcho de la botella cuando entró Pedro en la cocina.

–Permíteme.

Pedro descorchó la botella y observó a Paula mientras abría un armarito para sacar dos vasos. Tuvo que ponerse de puntillas y estirar los brazos para alcanzarlos, y al hacerlo el fino suéter de punto que se había puesto se estiró, enfatizando la redondez de sus pechos. Pedro sintió una ráfaga de calor en la entrepierna y se notó tirantes los pantalones. La cocina era igual de pequeña que el resto de la casa, y con dar un solo paso su cuerpo entraría en contacto con el de Paula, pero resistió la tentación de apretarse contra sus suaves curvas y al pasear la mirada a su alrededor notó que la cabeza le rozaba con las vigas del techo.

–Espero que ese agente inmobiliario no le enseñe esta cabaña a nadie que sea alto; no es mucho mayor que una casa de muñecas.

–Es lo bastante grande para nosotras dos –le espetó Paula saliendo de la cocina.

–¿Ya vivían aquí antes de que tu marido muriera? –inquirió él siguiéndola.

–No. Javier trabajaba en una estación de bomberos en Newcastle; allí es donde vivíamos. Me mudé aquí, a Little Copton, después de que naciera Valentina.

–¿Y qué te hizo venir a este lugar tan aislado? Cualquiera pensaría que un pueblo como este es demasiado tranquilo para una mujer joven. Debe ser difícil tener vida social aquí.

–No quiero vida social –replicó ella–, o al menos no la clase de vida social a la que te refieres, a ir a clubes nocturnos y a bares –añadió–. Hice las prácticas en el hospital de Hexham, y me pasaba mis días libres explorando los páramos. Mis padres querían que Valentina y yo nos fuéramos a vivir con ellos a su granja de Escocia, pero cuando ví esta cabaña me enamoré de ella.

–Así que eres escocesa –murmuró Pedro–. Me había parecido que tenías algo de acento.

Paula sacudió la cabeza.

–Técnicamente no lo soy. Mis padres se mudaron de Londres a Escocia cuando yo tenía diez años; por eso no se me nota mucho el acento.

–¿Son tus padres? –inquirió Pedro señalando una foto colgada en la pared del pasillo.

En ella se veía a Valentina con una pareja mayor.

–Mis suegros. La adoran.

Paula se quedó mirando un momento la fotografía, y vió en sus ojos la tristeza que sus sonrisas no podían disimular. Se había detenido junto a Pedro para mirar la fotografía, y hasta ese instante no se dió cuenta de lo cerca que estaban el uno del otro. Se le erizó el vello, y todos sus sentidos parecieron ponerse alerta cuando inspiró y la sutil mezcla de aftershave y feromonas invadió sus fosas nasales. Esbozó una sonrisa forzada.

1 comentario: