viernes, 19 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 56

En el centro del paseo marítimo de Santa Margherita Ligure se alzaba una hilera de palmeras, y a la izquierda había cafeterías, restaurantes y heladerías con coloridos toldos de rayas. El mar de aguas cristalinas se extendía bajo un cielo azul sin una sola nube, pero Valentina  estaba más interesada en la larga playa de arena, y apenas pudo contener su impaciencia cuando Pedro estacionó el coche y la levantó de su sillita. Paula abrió el maletero y sacó un cubo y una pala de plástico, una esterilla para sentarse, toallas, y una bolsa de tela con todas las cosas que una siempre tenía que llevar consigo cuando tenía una niña pequeña.

–Creía que íbamos a pasar aquí el día, no una semana –comentó Pedro, arrancando una sonrisa de los labios de Paula.

Sus ojos se encontraron y se quedaron mirándose un instante antes de que ella apartara la vista y tomara la mano de Valentina.

–Vayan montando el campamento –le dijo Pedro–. Yo iré por un par de cafés para nosotros.

Paula lo siguió con la mirada mientras se alejaba antes de bajar la vista a su entusiasmada hija, que le estaba tirando de la mano y llamándola.

–Ya sé, ya sé… Anda, vamos a construir castillos.

Mientras ella extendía la esterilla Valentina se puso a jugar con la arena. Hacía bastante calor al sol, y Paula se alegró de haberse puesto unos pantalones cortos.

–¡Mira, mami, una caracola! –exclamó Valentina levantando una pequeña caracola que había encontrado–. Voy a buscar más.

–Quédate cerca –le dijo Paula mientras la pequeña se levantaba.

La siguió con la vista, pero Valentina no se alejó mucho antes de acuclillarse para cavar otro agujero en la arena. Una gaviota planeaba sobre sus cabezas, graznando quejosa, y las olas se deslizaban rítmicamente sobre la orilla. Aquello era el paraíso, pensó Paula alzando el rostro hacia el sol. Le costaba creer que hacía solo un par de semanas había estado vestida con varias capas de ropa para evitar el frío de Northumbria. Cuando bajó la cabeza no vió a su hija. Su cubo y la pala yacían sobre la arena, pero la niña no estaba allí. Paula frunció el ceño y miró a lo lejos, a un lado y a otro segura de que vería enseguida la camiseta amarilla de Valentina, pero seguía sin verla.

–¿Valentina? –la llamó levantándose. Estaba empezando a preocuparse.

Se giró hacia el mar. Un grupo de niños jugaba en la orilla, pero su hija no estaba con ellos.

–¡Valentina!

–¿Qué ocurre?

Paula se volvió al oír la voz de Pedro, que estaba detrás de ella con un vaso de plástico en cada mano.

–No veo a Valentina. Estaba aquí hace un momento…

De nuevo miró a su alrededor, sintiendo que el pánico se apoderaba de ella.

–La buscaré –dijo Pedro dejando los vasos en la arena–. No puede haber ido muy lejos –se sacó el móvil del bolsillo–. Ten el tuyo a mano y te llamaré en cuanto la encuentre –le dijo.

Paula siguió mirando a un lado y a otro, mordiéndose el labio hasta que se hizo sangre. A cada segundo que pasaba su preocupación aumentaba, pero se obligó a mantener la calma. En cualquier momento volvería Pedro con Valentina subida en sus hombros, se dijo. Sin embargo, al cabo de un rato lo vió volver… solo. Corrió hacia él aterrada.

–No la encuentro por ninguna parte –masculló Pedro.

–¡Oh, Dios mío! –las piernas le flaqueaban, y se aferró a Pedro cuando este rodeó la cintura con un brazo para sostenerla–. Tiene que estar por aquí; solo le quité los ojos de encima un momento –una horrible sensación de culpa la asaltó, y se cubrió la boca con una mano temblorosa, conteniendo las lágrimas–. Pedro… –se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos cuando lo vio abrir el teléfono–. ¿Qué estás haciendo?

–Voy a llamar a la policía.

–¿A la policía? –una mano fría estrujó su corazón cuando se dió cuenta de la gravedad de la situación–. No… ¡Tiene que estar por aquí, en alguna parte! –gritó frenética–. Tiene que estar por aquí…

Enjuagó irritada las lágrimas que le quemaban los ojos. Necesitaba pensar con claridad, mantenerse calmada, se dijo. Pero no era uno de los casos que había atendido en el pabellón de urgencias; no, su hijita había desaparecido y un sinfín de horribles pensamientos cruzaban por su mente.

–Tenemos que denunciar su desaparición –le dijo Pedro.

La firmeza en su voz y el modo en que había asumido el control la calmó un poco.

–Por supuesto que está en alguna parte –le dijo él en un tono suave–, pero con ayuda la encontraremos antes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario