viernes, 19 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 60

Pedro no se había sentido así jamás, nunca antes había experimentado un deseo tan fuerte. Desde el principio había sentido una conexión especial entre ambos que ni siquiera en ese momento podía entender del todo. Lo único que sabía era que Paula le pertenecía. Lo notaba en su sangre, en sus huesos, en lo más profundo de su alma. Le pertenecía y la reclamaría como suya.

–Y yo a tí… –murmuró Paula sin vacilar.

También ella sabía sin lugar a dudas que quería que Pedro le hiciese el amor. Ya no importaban el pasado ni el daño que Javier le había hecho, ni tampoco lo que pasase mañana. Quería pensar únicamente en el presente, aprovechar ese momento con aquel hombre que se había colado en su corazón. Pedro se puso de pie, la tomó de las manos para ayudarla a levantarse, y tiró del camisón de seda hacia sus caderas, dejando que cayera al suelo. Luego, enganchó los pulgares en sus braguitas, y se las bajó lentamente. Paula lo vió tragar saliva; vió el brillo depredador en su mirada, y se quedó sin aliento cuando introdujo los dedos en el triángulo de rizos rubios rojizos entre sus piernas.

–Sei bella, Paula… –rugió Pedro alzándola en volandas para llevarla al dormitorio–. Tengo que hacerte mía… ahora –la depositó en el borde de la cama–. Mira cuánto te deseo –dijo tomando su mano para apretarla contra el bulto que asomaba en su entrepierna.

Paula abrió mucho los ojos, excitada y algo nerviosa mientras lo acariciaba. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había practicado sexo. javier había muerto hacía tres años, y en los meses anteriores a su muerte parecía que le habían causado rechazo los cambios que el embarazo había provocado en su figura. Sintió una punzada en el pecho al recordar el dolor que aquel rechazo le había causado, pero se negó a seguir viviendo en el pasado. Ya no era aquella chica ingenua que se había dejado embaucar por un hombre guapo y encantador, ignorando sus muchas faltas. Tenía veintiocho años y era una mujer fuerte e independiente, capaz de tomar sus propias decisiones, y en ese momento había decidido que quería hacer el amor con Pedro. El fiero deseo que ardía en sus ojos le devolvió la confianza en sí misma. Sintiéndose más atrevida que nunca, esbozó una sonrisa recatada mientras le bajaba la cremallera.

–Debe estar muy incómodo, signor, y como enfermera, mi deber es aliviarlo.

–Bruja –la picó él riéndose.

No era un buen momento para descubrir que era una provocadora, pensó Pedro. Era su primera vez juntos y quería tomarse su tiempo seduciéndola, pero estaba tan excitado que se sentía como si fuera a explotar en cualquier momento. Apenas incapaz de controlar su impaciencia, se quitó la camisa y los pantalones. Luego se bajó los boxers, estremeciéndose al imaginarse introduciéndose en ella. Sin embargo, tenía que controlarse. Estaba seguro de que Paula no había yacido con un hombre desde la muerte de su marido. Tenía que ir despacio y asegurarse de que estuviese lo suficientemente excitada antes de poseerla. La alzó en volandas, apartó las sábanas, y la tendió en la cama antes de tumbarse él a su lado y atraerla hacia sí. El contraste entre la blanca piel de ella y su cuerpo bronceado era muy erótico. El cuerpo de Paula era blando y suave, mientras que el suyo era todo músculo. Se deleitó con la sensación de tener sus senos apretados contra su pecho, e inició otro beso lento y sensual. Paula se abandonó a la maestría de los labios de Pedro, y se estremeció de excitación cuando su mano descendió por su estómago y continuó bajando hasta introducirse entre sus muslos. No ofreció resistencia alguna cuando le abrió las piernas, y se le cortó el aliento cuando comenzó a acariciar con delicadeza los labios hinchados de su vagina antes de separarlos y deslizar un dedo dentro de ella. Un gemido ahogado escapó de su garganta mientras el dedo se movía, volviéndola loca, y luego, para su sorpresa, Pedro retiró su mano y comenzó a darle placer con la lengua.

–Pedro…

Él, al oír la incertidumbre en su voz, levantó la cabeza.

–¿No te gusta?

–No lo sé –respondió ella con sinceridad.

¿De modo que su marido, el héroe, nunca le había dado placer de esa forma? Pedro experimentó una cierta satisfacción de pensar que él sería el primero en hacerle ese regalo.

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