lunes, 1 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 23

La había llamado «preciosa». ¿Y qué? Eso no significaba nada, se dijo Paula irritada. Un hombre como Pedro probablemente llamaba «bella» a todas las mujeres con las que se acostaba para no tener que molestarse en recordar sus nombres. Un olor a quemado la sacó de sus pensamientos, y maldijo al levantar la plancha y ver las marcas que había dejado en su blusa nueva. Aquello era ridículo. Tenía que dejar de pensar en él. No podía dejar que pusiera su vida patas arriba. Después de que se marchase, había llevado a Valentina a la cama, y cuando la niña se había dormido se había puesto con la plancha, pero como no quería quemar más prendas decidió que lo dejaría para el día siguiente y se llevó la tabla y la cesta de la ropa al lavadero. Los sábados por la noche, cuando la niña ya estaba en la cama, solía acurrucarse en el sofá para ver un DVD y se daba un pequeño capricho, como una barrita de chocolate. Para no faltar a esa costumbre fue al salón, metió un DVD en el reproductor, y se sentó en el sofá. El timbre de la puerta la hizo tensarse de inmediato. ¿Era un sexto sentido el que le decía que aquella inesperada visita era Pedro, o su lado sentimental y absurdo se estaba haciendo ilusiones? ¿Pero qué motivo podría tener para volver desde Nustead Hall con la fuerte lluvia que estaba cayendo? Por si acaso dejó puesta la cadena de seguridad cuando abrió, y el corazón le dio un brinco al ver a su némesis allí de pie, con el cuello de la chaqueta de cuero subido y el cabello mojado. Enarcó las cejas, esperando a que se explicara.

–Pensé que podría ser un buen momento para hablar de mi abuela –le dijo él con esa sonrisa que le provocaba un cosquilleo extraño en el estómago–. Y también para compartir este estupendo Pinot Noir –dijo levantando la botella de vino tinto que llevaba en la mano.

Paula sacudió la cabeza.

–No creo que… Es tarde y…

–Es sábado y no son más que las ocho y media –la interrumpió él–. Mi abuela ya se había acostado cuando me marché, pero tiene ochenta y tres años.

El tono divertido de su voz la hizo sonrojar.

–Bueno, tal vez esté ocupada –le espetó ella–. O tal vez sea que no me apetezca hablar de trabajo durante mi tiempo libre. ¿No se te ha ocurrido pensar eso?

–Creía que para tí el bienestar de mi abuela era algo más que trabajo –  respondió él con dureza–. Pensaba que la considerabas tu amiga.

–Pues claro que sí –respondió ella azorada.

En eso tenía razón. ¿No llevaba semanas queriendo hablar con el nieto de Sara por lo preocupada que la tenía su situación? Y ya que Pedro se había molestado en ir hasta allí no tenía motivo para no invitarlo a pasar… aparte del hecho de que la hacía sentirse como una adolescente.

De pronto a Pedro se le ocurrió que quizá la reticencia de Paula a dejarlo pasar se debiese a que ya tuviese visita; un hombre. Frunció el ceño, sorprendido por cómo lo irritaba la idea.

–Si tienes visita te pido disculpas –le dijo.

Paula parpadeó.

–¿Quién diablos iba a venir a hacerme una visita en una noche así? – replicó. No solo estaba lloviendo, sino que además hacía un frío tremendo. Al decir eso recordó que Pedro estaba de pie en el porche–. Espera –cerró la puerta, quitó la cadena, y volvió a abrir para dejarle entrar.

Olía a cuero y a lluvia, y también a ese aftershave embriagador que ya le resultaba familiar.

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