lunes, 15 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 49

Pedro… Sin querer, Paula se encontró pensando en el dulce beso que habían compartido antes de la fiesta. «¡No! Aparta eso de tu mente», se ordenó. La había besado porque quería llevársela a la cama, nada más. Sin embargo, no podía dejar de darle vueltas a sus palabras. Si llegase a tener algo con él, y era una suposición muy remota, no debería olvidar que aquello sería solo sexo, algo que no significase nada para ninguno de los dos. Pedro estaba en el otro extremo del salón, charlando con unos vecinos y su atractiva y joven hija. Como si tuviese un sexto sentido, giró la cabeza de repente y sus ojos se encontraron. Azorada de que la hubiese pillado mirándolo una vez más, notó que los colores se le subían a la cara. El magnetismo que él ejercía sobre ella era tan fuerte, que por un instante pareció como si el resto de la gente se difuminara, junto con el murmullo de voces, y el tintineo de las copas de champán. No sabía cómo podría siquiera considerar la idea de tener un idilio con él cuando perdía la compostura solo con que la mirara desde la otra punta de una habitación llena de gente. Era demasiado arriesgado. Tal vez las cosas serían distintas si solo dependiese de ella, pero tenía que pensar en Valentina. Su hijita se llevaría un gran disgusto cuando Pedro desapareciese de sus vidas.

–¿Es o no es guapísimo nuestro anfitrión? –murmuró una voz a su lado.

Paula dió un ligero respingo y forzó una sonrisa para ocultar su turbación cuando miró a la mujer que había pronunciado esas palabras, Diana Manzzini. Su marido, Antonio, era uno de los ejecutivos de Eleganza, y buen amigo de Pedro. Antonio le había caído bien desde el primer momento, pero no tanto su esposa canadiense. Diana había renunciado a su carrera de modelo al casarse, pero aún conservaba una figura espectacular. La elegante morena era una belleza, pero tenía todo el tiempo una expresión de permanente irritación.

–Pobre tonta –dijo Diana en son de burla–, cualquier mujer que se enamore de Pedro acabará llevándose un chasco. No se puede domesticar a un tigre.

Por un momento Paula sintió muchísima vergüenza, creyendo que se refería a ella, pero luego se dió cuenta de que estaba hablando de la hija de los vecinos de Pedro. La chica debía tener diecisiete o dieciocho años, era increíblemente bonita, y era evidente que el carisma de Pedro la tenía hipnotizada. No podía apartar los ojos de él, y no hacía más que echarse hacia atrás la oscura melena rizada. Todavía no era muy ducha en el arte del flirteo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario