miércoles, 24 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 70

–Tu abuela se ha repuesto por completo de la operación y hay personas aquí que pueden cuidar de ella; ya no me necesita –contestó ella, esforzándose para que su voz no delatara que estaba temblando por dentro.

El destino tenía un cruel sentido del humor, pensó con amargura. Si él hubiera llegado cinco minutos más tarde ya se habrían marchado y se habría ahorrado aquella confrontación. Pedro comprendió de inmediato que allí algo iba mal, muy mal.

–Cara… –la llamó dando un paso hacia ella con la mano extendida.

–¡No! –masculló ella entre dientes, retrocediendo–. No te acerques a mí.

–¡Madre de Dio! ¿Se puede saber qué te pasa, Paula?

Al ver que iba a subirse al taxi la agarró por el brazo para retenerla y la notó estremecerse.

–¿Cómo puedes preguntarme eso? –le espetó ella bajando la voz por temor a que Valentina los oyera–. Te he visto hoy… con tu hijo.

Pedro sintió algo pesado y frío como un trozo de plomo en el estómago, y aturdido como estaba, cuando Paula soltó su brazo no trató de retenerla.

–¿Mi hijo?

–El niño con el que estabas; no intentes negarlo –le dijo Paula irritada–. Diana me dijo que se rumoreaba que habías dejado embarazada a una de tus amantes y que los visitabas al chico y a ella todos los viernes.

En las últimas horas no había dejado de darle vueltas, y todo encajaba. Pedro sabía que su abuelo no le cedería el control de la compañía a menos que se casara con una italiana, y por eso había mantenido en secreto que había tenido un hijo con aquella extranjera de aspecto nórdico. ¿Qué otra explicación podría haber?

–Y naturalmente la creíste…

El peligroso brillo en los ojos de Pedro hizo que un escalofrío le recorriera la espalda.

–A pesar de que sabías que no es más que una mujer resentida – añadió él con sarcasmo.

Dolida por su gélido desdén, Paula le espetó:

–No la creí cuando me lo dijo en la cena de tu abuelo; confiaba en tí. Pero me mentiste –alzó la mano para cortar a Pedro cuando iba a decir algo–. Dejaste que creyera que no podías almorzar con nosotros porque tenías una cita de trabajo. No puedes seguir mintiendo; ese chico es tu viva imagen.

–Igual que lo era Marcos –respondió él con aspereza.

Paula frunció el ceño.

–¿Qué tiene que ver eso?

–Piénsalo.

Paula sacudió la cabeza.

–No quiero pensar en nada; lo único que quiero es marcharme.

Tenía que irse antes de que las lágrimas que le quemaban los ojos rodasen por sus mejillas delante de él. Solo le llevaría unos minutos explicarle lo de Diego, pensó Pedro, pero no estaba seguro de si Paula lo creería o no, se dijo, sintiendo que la ira se apoderaba de él. Si tuviera la más mínima confianza en él no tendría por qué explicarse. Su predisposición a creer a alguien como Diana era la prueba de que nunca había confiado en él. Cuando Paula le dió la espalda y abrió la puerta del taxi sintió como si le atravesaran el corazón con un puñal.

–¿Vas a marcharte a pesar de lo que hay entre nosotros?

Aquello era una locura, pensó Pedro. Al diablo con su orgullo. Se lo explicaría todo, y así quizá dejaría de mirarlo como si lo detestase. El tono de Pedro hizo a Paula vacilar. Parecía como si le importara, como si no quisiese que se marchara, pero quizá sus oídos estuvieran engañándola y solo estuviese oyendo lo que quería oír. Pedro le había mentido, igual que Javier durante todo el tiempo que habían estado casados.

–¿Qué hay entre nosotros aparte de sexo? –le espetó.

No podía soportar pensar siquiera en ese momento en todas las otras cosas que habían compartido: las risas, las largas conversaciones, las confidencias… Pero era evidente que todo aquello había significado más para ella que para él. Había traicionado su confianza, y no iba a dejarle ver que le había roto el corazón.

–Ya no hay nada que me retenga aquí.

–Entonces vete –le espetó él apartándose para que pudiera subirse al taxi.

No podía obligarla a confiar en él, y no iba a suplicar. ¿Qué sentido tendría?, se preguntó con amargura. En el fondo sabía que su corazón siempre pertenecería a su marido, que llevaba muerto tres años. Su orgullo herido y el dolor que lo estaba desgarrando por dentro hizo
que su voz sonara áspera cuando habló de nuevo.

–Si te marchas, Paula, no iré detrás de tí. Si decides poner fin a nuestra relación en este momento no te daré una segunda oportunidad.



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