viernes, 26 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 73

–Sí, ya me dí cuenta de eso –respondió Pedro con aspereza–. Nunca había conocido a una mujer tan desconfiada. Y reconozco que tenías buenas razones. Al fin y al cabo en un principio mi única intención era llevarte a mi cama. Estaba seguro de que no quería ataduras. ¿Por qué iba a quererlas cuando el matrimonio de mis padres había sido un desastre? Para mí el sexo solo era un juego, y no es difícil encontrar a mujeres dispuestas a compartir tu cama cuando tienes dinero –añadió sarcástico.

–Yo nunca quise tu dinero –se apresuró a asegurarle ella. Detestaría que la metiese en el mismo saco que mujeres como Diana.

Pedro se rió suavemente y le apartó un mechón del rostro.

–Lo sé. Eres distinta a todas las mujeres que he conocido hasta ahora. Compasiva, cariñosa, independiente, sensual… ¿Acaso te sorprende que no pudiera dejar de pensar en tí, mia bella?

Se le cortó el aliento cuando Pedro trazó el contorno de sus labios con el pulgar, y el corazón le palpitó con fuerza cuando inclinó la cabeza y le susurró:

–Todavía te deseo, Paula. He perdido el sueño, el apetito… no puedo vivir sin tí. Vuelve a Portofino conmigo. Sé que tú también me deseas. Puedo verlo en tus ojos, y también me lo dice tu cuerpo –murmuró cerrando la mano sobre uno de sus senos. Una sonrisa afloró a sus labios cuando el pezón se endureció–. Puedo hacerte feliz, y a Valentina le encantaría vivir en Villa Lucia.

Paula se estremeció por dentro.

–No puedo –se apartó de él, luchando para no sucumbir a su voz de terciopelo. Sería tan fácil decirle que sí… Pero tenía que pensar en Valentina.

Pedro palideció. No había pensado que pudiera rechazarlo, y se sintió como si estuviera balanceándose al borde del más negro abismo.

–¿Por qué no? –inquirió, lleno de frustración–. Me has dicho que ya no amas a Javier. ¿Acaso hay alguien más?

–No. No hay nadie más. Pero no puedo ser tu amante, Pedro. No sería justo para Valentina. Necesita estabilidad, y no podría soportar que llegase a considerar Villa Lucia su hogar para que luego se le partiese el corazón cuando te cansases de lo nuestro, como los dos sabemos que ocurrirá. Tú mismo has dicho que no quieres ataduras.

–He dicho que no las quería –replicó él asiéndola por los hombros–. ¿Es que no has oído una palabra de lo que te he dicho? Te quiero, Paula. No quiero que seas mi amante; quiero que seas mi esposa.

Paula abrió la boca, pero no podía hablar, y Pedro aprovechó para tomar sus labios con un beso apasionado. Le respondió afanosa, incapaz de contenerse o de negar las emociones que se agitaban dentro de ella.

–Tesoro… –murmuró Pedro cuando levantó la cabeza–. Ti amo. Siempre te querré. Nunca imaginé que pudiera llegar a sentir algo así – admitió–. Creo que me enamoré de tí la noche que nos conocimos, cuando me dí cuenta de que llevabas puesto ese horrible gorro por no herir los sentimientos de mi abuela. Sé que te han hecho daño, pero yo no soy Javier, y te juro que te amaré y te seré fiel hasta el día en que muera.

Los fríos dedos del miedo estrujaron su corazón cuando vio incertidumbre en los ojos de Paula.

–Sé que puedo ser un buen marido, y un buen padre para Valentina. Puedo enseñarte a amarme si me das una oportunidad –le suplicó.

Paula puso una mano en sus labios para interrumpirlo.

–Pero es que ya te quiero –repuso con ternura–. No podría haber hecho el amor contigo si no hubiese sentido nada por tí –vaciló un instante–. Pero tu abuelo me dijo que solo te cederá el control de Eleganza si te casas con una mujer italiana, y sé lo mucho que la compañía significa para tí…

–No significa nada comparado con lo que siento por tí –le dijo Pedro apasionadamente, sintiendo un profundo alivio de saber que ella también lo amaba–. Eres mi mundo, Paula, que mi abuelo haga lo que quiera con la compañía. Aunque estoy seguro de que se alegrará cuando sepa con quién he decidido compartir mi vida. Sobre todo teniendo en cuenta que tendrá una bisnieta preciosa… y espero que muchos bisnietos más muy pronto.

Paula sintió que el corazón iba a estallarle de dicha. Se sentía como si hubiera hecho un largo viaje y al fin hubiese llegado a su hogar, segura entre los brazos del hombre al que amaba.

–¿Y cuándo piensas que le demos esos bisnietos a Alfredo? –inquirió mientras Pedro la alzaba en volandas para llevarla dentro de la cabaña.

Los ojos dorados de Pedro brillaron como los de un tigre.

–Creo que deberíamos empezar ya mismo, cara –el corazón la palpitó con fuerza al mirarla a los ojos–. Te quiero.

Paula sonrió.

–Y yo a tí. Y como parece que estamos de acuerdo en todo, creo que este va a ser un matrimonio muy feliz.






FIN

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