lunes, 1 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 24

–Pasa, por favor –murmuró, intentando ignorar los fuertes latidos en su pecho mientras lo conducía al salón.

–Pensé que tal vez hubiera venido tu novio a verte –dijo Pedro.

Paula lo miró a los ojos y respondió en un tono frío, para darle a entender que no quería hablar de su vida privada:

–No tengo novio.

Pedro, sin embargo, no pareció captar el mensaje.

–Supongo que con una niña pequeña debe resultarte difícil iniciar una relación.

Paula se encogió de hombros.

–No tengo ningún interés en iniciar una relación.

Pedro entornó los ojos.

–Pero imagino que de vez en cuando tendrás alguna cita. ¿Cuánto hace que murió tu marido?, ¿Tres años?

–No creo que mi vida privada sea asunto tuyo.

Debería haberle cerrado la puerta en las narices en vez de dejarlo pasar, pensó irritada mientras lo veía acercarse a la chimenea para mirar las fotografías que tenía sobre la repisa.

–Hace tres años que no sales con nadie, pero en cambio no tienes ninguna fotografía con tu marido; ni siquiera del día de su boda – murmuró Pedro–. ¿Por qué?

–Me resulta muy doloroso mirar las fotografías de ese día.

Era la misma excusa que le había dado a los padres de Javier, y era cierto, pero no por los motivos que ellos creían. No podía soportar mirar esas fotos en las que ella estaba sonriéndole con adoración… mientras que él sonreía con adoración a la cámara, consciente de su atractivo. Las fotos de su boda eran un doloroso recuerdo de su ingenuidad, de cómo había confiado en Javier y le había creído cuando le había dicho que para él no había en el mundo otra mujer más que ella. Para cuando había descubierto todas las veces que le había sido infiel durante los tres años que habían estado casados él había muerto. Por sus suegros se había guardado para sí la verdad. Javier había muerto como un héroe, y habría sido cruel destruir esa imagen que Luis y Alicia tenían de su único hijo. Sabía que sus propios padres sospechaban que su matrimonio no había sido de color de rosa como había pretendido, pero ni siquiera a ellos les había contado la verdad. Además, para Valentina, que no había llegado a conocer a su padre, era como un héroe, y no quería que nada estropease esa visión idílica que tenía de él. El modo en que Pedro la estaba mirando, como escrutándola, la estaba poniendo nerviosa.

–No estoy de humor para someterme a un interrogatorio –le dijo–. Creía que habías venido para hablar de tu abuela.

Pedro no tuvo más remedio que reprimir su curiosidad.

–Así es; quería hacerte una proposición –le dijo con una sonrisa. Levantó la botella de vino–. ¿Tienes un sacacorchos? Tomaremos un trago mientras charlamos.

–Lo tengo en la cocina; iré a abrirla –respondió Paula tomando la botella. Habría querido decirle que había cambiado de opinión y que quería que se fuera, pero las normas de urbanidad exigían que interpretase el papel de anfitriona–. ¿Me das tu chaqueta? La colgaré en la entrada.

–Grazie –respondió Pedro quitándosela para dársela.

Cuando Paula la tomó estaba caliente por haber estado en contacto con su cuerpo. Resultaba extraño tener en sus manos algo que hasta hacía solo unos instantes había envuelto su torso musculoso, y se encontró de nuevo preguntándose qué sentiría con la mejilla apretada contra ese ancho tórax y los brazos de él rodeándola.

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