miércoles, 10 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 39

-¡Mira, mami, el mar! –Valentina entró como un torbellino por la puerta que conectaba su habitación con la de su madre en Villa Lucia, y señaló la ventana muy excitada–. Es azul –observó apretando la nariz contra el cristal.

–Ya lo creo que lo es; casi tanto como el cielo. ¿Verdad que es precioso?

Cuando fue junto a su hija no pudo evitar comparar las relucientes aguas azul cobalto de la Bahía de Tigullio con las de la costa de Northumbria, que tenían un color acerado. La villa de Pedro se alzaba sobre la ladera de una colina, y tenía una panorámica espectacular del pintoresco pueblo pesquero de Portofino con la bahía y las montañas con una densa masa de pinos que la rodeaban. Justo frente a la casa había una serie de jardines en forma de terrazas, en la última de las cuales se veía una piscina enorme. Y si uno seguía bajando la vista se veía el puerto, con docenas de embarcaciones y bonitos edificios pintados en colores pastel. Los frontales de las tiendas estaban protegidos del sol por toldos de rayas que agitaba la brisa.

–¿Vamos a ir a nadar?

Paula sonrió al ver la expresión esperanzada de su hija.

–En el mar aún no –le dijo con dulzura–. ¿Te acuerdas que Pedro dijo que el mar todavía estaba demasiado frío para bañarse? Pero cuando tosas menos podremos ir a la piscina porque el agua se puede calentar, ¿Sabes?

Valentina se olvidó de sus ansias por ir a nadar cuando vió al labrador de color chocolate que estaba correteando por el césped.

–¡Ahí está Bobbo! –exclamó–. Pedro me ha dicho que podía llevarle el desayuno –dijo muy contenta.

–Después de que tú hayas desayunado –respondió Paula con firmeza.

Exhaló un suspiro. A los cinco minutos de llegar a Villa Lucía Valentina ya se había encariñado del perro de Pedro. Por no mencionar la adoración que parecía sentir hacia su dueño. Le preocupaba el disgusto que se llevaría cuando tuviesen que volver a Inglaterra. Pero no servía de nada ponerse a pensar en eso en ese momento, se dijo mirando no al perro, sino al hombre alto y atlético que estaba lanzando una pelota para que la atrapara. Por el atuendo de Pedro, camiseta de tirantes, pantalones cortos y zapatillas de deporte, dedujo que había salido a correr. Aquella ropa deportiva revelaba un físico espectacular: anchos hombros, esculpidos bíceps y unos muslos musculosos. Su piel aceitunada mostraba un bronceado uniforme y el cabello negro, húmedo por el sudor, relucía como el azabache al sol. Su cuerpo era una auténtica obra de arte, como una escultura de Miguel Ángel. Pero al contrario que las obras del famoso artista él era de carne y hueso, pensó recordando cómo se había sentido cuando la había tomado entre sus brazos y había devorado sus labios. Sus pezones se endurecieron, y para su espanto de pronto Pedro alzó la vista hacia la casa y levantó la mano para saludarlas. Valentina agitó su manita entusiasmada, pero Paula se apresuró a apartarse de la ventana, azorada de que la hubiese pillado mirándolo. Suerte que no podía imaginar que había estado imaginándolo en el cuarto de baño, quitándose la ropa para darse una ducha, y después bajo el chorro de agua, deslizando una pastilla de jabón por los firmes músculos de su abdomen y luego más abajo…

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