lunes, 15 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 48

–¿Me creerás al menos si te digo que jamás te haría daño intencionadamente? –le dijo soltándola.

Paula se mordió el labio y exhaló un suspiro, pero no respondió.

–Tengo que ir a recibir a los invitados –dijo Pedro.

–Y yo tengo que… voy a subir a ver a Valentina –balbució ella, girándose hacia las escaleras.

La pequeña se había quedado dormida tan pronto como se había metido en la cama y la había arropado, pero aquella excusa le dió a Paula unos minutos a solas para poder recobrar la compostura. Cuando salió del dormitorio de la pequeña se miró en el espejo del pasillo para ver si necesitaba arreglar su maquillaje. Sus ojos tenían un brillo especial, y sus labios estaban algo hinchados por el beso de Pedro. Sacó el brillo de labios del bolso y se lo aplicó con dedos temblorosos. ¡Confianza!, pensó riéndose para sus adentros. Pedro no sabía lo que estaba pidiéndole. Después de lo que le había hecho Javier no había creído posible volver a confiar en ningún hombre, pero Pedro le había asegurado que no le haría daño. También le había ofrecido amistad, aunque el deseo en sus ojos le había prometido algo más. Durante tres años se había escondido del mundo en un remoto pueblecito de Northumbria y había vivido por y para su hija. Se había sentido segura, aunque a veces también algo sola. Él la había obligado a ver que no quería pasar el resto de su vida escondiéndose. ¿Pero tenía el valor suficiente para darle una oportunidad, abandonando esa seguridad y arriesgando su estabilidad emocional?


Para alivio de Paula, los invitados a la fiesta de Sara no eran tan sofisticados como había esperado. Pedro había invitado a amigos y vecinos de distintas edades, incluida una pareja de jubilados que se habían mudado a Italia hacía unos años.

–Mi marido y yo vivimos en la costa de Rapallo. De hecho hay bastantes ingleses como nosotros en la zona –dijo la mujer, Barbara Harris–. Andrés y yo celebramos una partida de bridge una vez a la semana; nos encantaría que te unieras a nosotros, Sara.

–Gracias –respondió la abuela de Pedro, que parecía encantada con la invitación–. Me gusta jugar a las cartas. Incluso pertenecía al club de bridge de Little Copton, pero como ya no conduzco no puedo ir a jugar – añadió con una sonrisa triste–. Sería estupendo.

El ir a Portofino había sido lo mejor para Sara, pensó Paula. Se la veía ya mucho menos frágil tras una semana de disfrutar del sol primaveral en los jardines y las deliciosas comidas que preparaba Beatríz. Se estaba adaptando tan bien a aquello que quizá Pedro lograse convencerla después de todo para que se quedase a vivir allí.

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