miércoles, 3 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 30

–¿Se puede saber qué estás haciendo? –le preguntó temblorosa.

Él enarcó las cejas.

–¿Que qué estoy haciendo? Querrás decir qué estamos haciendo – murmuró–, y creo que la respuesta es muy simple –deslizó una mano por su pecho antes de frotar con el pulgar el pezón que apuntaba bajo el suéter.

–¡No!

Avergonzada por cómo había respondido a su beso, Paula bajó los brazos de su cuello y se apartó de él saliendo al pasillo mientras intentaba recobrar el aliento.

–Me has pillado desprevenida –le dijo agitada–. No tenías ningún derecho a besarme.

Pedro se pasó una mano por el cabello, tan sorprendido como Paula por la fuerza del deseo que sentía por ella, y por el fiero impulso de volver a atraerla hacia sí y besarla, contra el que estaba luchando en ese momento.

–Solo ha sido un beso, nada más –le dijo intentando parecer indiferente, aunque el corazón le latía como un loco–. No tienes que ponerte así.

Por su tono parecía como si su indignación lo aburriese, pensó Paula, como si estuviese acostumbrado a besar a mujeres a las que apenas conocía, solo por capricho. Y probablemente era así, se dijo repugnada. Sin duda habría esperado que lo invitase a subir a su dormitorio, o quizá la habría conducido hasta el sofá y le habría hecho el amor allí mismo. Su mente se vió inundada por eróticas imágenes de los dos desnudos, hechos una amalgama de miembros, y le ardieron las mejillas.

–No debería haberlo hecho –murmuró. Su voz sonó casi gutural, batallando como estaba por ignorar la ráfaga de deseo que había golpeado su vientre–. Ya te lo he dicho, no estoy buscando una… –vaciló. La palabra «relación» no le parecía la más adecuada con alguien como Pedro, que sin duda lo único que quería de ella era sexo–. No quiero un hombre en mi vida.

Sus ojos se posaron en la fotografía de Javier sobre la chimenea; su rostro sonriente parecía estar burlándose de ella. Pedro giró la cabeza y apretó la mandíbula al ver lo que estaba mirando.

–Lleva tres años muerto. Puede que fuera un héroe, pero no puedes pasarte la vida llorándole –le dijo con aspereza volviendo de nuevo la cabeza hacia ella. De pronto un pensamiento cruzó por su mente; entornó los ojos–. ¿No me digas que soy el primer hombre al que has besado desde que te quedaste viuda?

–No es asunto tuyo –le espetó ella. No iba a hablar con él de su matrimonio. Valentina  volvió a toser–. La estamos molestando –masculló alzando la vista hacia las escaleras. Su instinto maternal la urgía a subir para ver cómo estaba su hija, y finalmente fue eso lo que la permitió liberarse del hechizo de Pedro–. Márchate, por favor.

Lleno de frustración, Pedro se dió cuenta de que discutiendo no iba a llegar a ninguna parte, así que salió al pasillo, fue por su chaqueta y abandonó la casa. ¿Y dónde diablos se suponía que quería llegar?, se preguntó mientras se subía al todoterreno. No había pretendido que las cosas se le fueran de las manos hasta ese punto. Ni siquiera había tenido intención de besarla. Pero luego, cuando la había mirado a los ojos, una fuerza sobre la que no parecía tener control alguno lo había empujado a tomar posesión de sus labios. Los incómodos pinchazos de su palpitante erección eran como un recordatorio burlón de que Paula lo había excitado más que cualquier otra mujer en mucho tiempo. Sin embargo, era evidente que seguía enamorada de su marido, y algo que él jamás soportaría sería hacerle el amor a una mujer que desease que fuese otro hombre.

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