lunes, 29 de julio de 2019

Te Quiero: Capítulo 1

Paula Chaves se echó hacia atrás uno de los mechones de cabello rubio y se ahuecó la camisa de cuadros rojos y blancos que llevaba. Estaba sentada sobre una de las vallas del cobertizo, una estructura abierta con un techo ondulado, rodeada por cuatro niños. Se detuvo cuando otros dos niños llegaron corriendo y jadeando. Eran mellizos. Un niño y una niña con idénticos rizos de color rojizo, pecas y que lucían unas sonrisas amplias y traviesas.

—¿Qué han  estado haciendo ustedes dos? —preguntó la muchacha, resignada.

—¡Nada! Nada malo —replicó Bruno Whyte con gesto ofendido, al tiempo que miraba a su hermana Martina buscando apoyo.

Ella asintió con energía.

—Pero, Pau…

—Ahora no, martina; déjame terminar de hablar. No podemos permitirnos el lujo de malgastar agua…

—Pero, Pau…

—Martina, haz lo que te digo. ¿Dónde han estado?

—En el establo de los caballos y…

—Pues no deberían haber ido allí solos. Tu padre se enfadará si se entera. ¿Qué estaba yo diciendo? —la muchacha se calló y observó el rostro de los dos jóvenes. Hablaba sobre el asunto del agua con varios niños, hijos de la gente que trabajaba en el rancho—. Está bien, lo diré de nuevo: hasta que llueva tendremos que…

—Pero, Pau, vimos allí a un hombre —insistió Martina.

—Tenemos que tener mucho cuidado con el agua y…

—¡Está muerto! —dijo Bruno.

Paula tardó varios segundos en dar sentido a aquellas palabras. De repente saltó de la valla y los miró confundida.

—Si están diciendo eso para…

—No, Pau. Está tumbado en el suelo y sangra mucho. No se mueve. Lo tocamos con un palo y no ocurrió nada.

—No está muerto —declaró la muchacha con alivio, arrodillada bajo un cielo azul de mediodía—, pero está inconsciente y tiene un corte profundo en la sien —la muchacha estiró el brazo para agarrar el botiquín de primeros auxilios que había llevado con ella—. ¿Quién demonios es y cómo ha llegado aquí?

Juan Bentley, el capataz, se quitó el sombrero de ala ancha y se rascó la cabeza

—No lo había visto en mi vida, pero será mejor que lo llevemos a la hacienda y llamemos a un médico. Es extraño que no haya aparecido ningún caballo extraviado —el hombre puso las manos sobre los ojos a modo de visera y miró a su alrededor.

—Muy extraño, sí —murmuró Paula—. Yo lo agarraré por los pies.

Pero costó bastante. El desconocido era bastante alto y corpulento, de manera que les fue difícil meterlo en la parte de atrás del Land Rover. A pesar de todo, él no se despertó. Paula se subió en la parte de atrás con él, mientras que Juan condujo hacia la hacienda. Ella se puso a observar al hombre. La muchacha pensó que debía de tener poco más de treinta años. Presintió que sus ojos debían de ser azules. Tenía el pelo oscuro, pero su piel era muy blanca, aunque tostada por el sol. Su rostro, a pesar de las manchas de sangre y el corte, parecía atractivo y delgado. El resto del hombre, que llevaba unos pantalones y una camisa de color caqui, era igualmente impresionante. Alto y fuerte, pero sin un gramo extra de grasa. Paula frunció el ceño y metió las manos en los bolsillos. Aparte de algo de dinero y un pañuelo, no había nada más. Hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Seas quien seas, espero que no sufras amnesia, porque es como si hubieras caído de otro planeta.

Dos horas más tarde, el doctor observaba al extraño con semblante serio. Lo habían puesto en la habitación de invitados y entre los tres: Juan, el doctor y Paula, le habían quitado la ropa y lo habían lavado. Luego el doctor curó su sien. El hombre seguía sin moverse ni mostrar ninguna reacción.

—¿Está en coma? —quiso saber Paula preocupada, observando el cuerpo del hombre sobre la cama ancha, bajo una sábana blanca inmaculada.

—Eso parece. Tiene un buen golpe en la cabeza, pero sus constantes vitales parecen ser correctas. Yo diría que está deshidratado, así que voy a ponerle un poco de suero. ¡Miren!

Los tres se acercaron al ver que el hombre se estiraba, decía algo entre dientes y abría los párpados. Efectivamente, sus ojos eran azules, pensó Paula. De un azul profundo.

—¿Dónde demonios estoy? —dijo, con visible esfuerzo.

—El problema es que no sabemos cómo ha llegado aquí —contestó el doctor.

—¿En qué… estado?

—En Queensland. En la parte central. ¿Recuerda algo?

Los ojos del hombre parpadearon perezosamente.

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