miércoles, 17 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 52

Pedro asintió.

–¿Y cómo la ves de salud, en general?

–Está mucho menos frágil, lo cual estoy segura de que se debe a que ahora está comiendo bien. Una de mis principales preocupaciones cuando vivía en Nunstead Hall era que no se molestaba en cocinar y solo tomaba té y tostadas –le explicó Paula–. Y parece que ha disfrutado mucho con la fiesta –añadió.

–Bien –Pedro se quedó mirándola, como pensativo–. ¿Y tú?, ¿has disfrutado de la fiesta? –vaciló un instante antes de añadir–: Te ví teniendo una larga conversación con Diana.

Paula se sonrojó.

–Sí. Fue muy… instructiva.

–No lo dudo –murmuró Pedro con aspereza, maldiciendo para sus adentros.

Diana era una chismosa de primera, y se apostaría el cuello a que era responsable del recelo con que Paula lo estaba mirando en ese momento.

–Me ha dicho que fueron amantes hace un tiempo.

–Nunca he llevado la vida de un monje –contestó él–, pero fue hace mucho tiempo.

Paula se encogió de hombros.

–En realidad no es algo que me interese.

–¿Ah, no? –inquirió él desafiante–. No es esa la impresión que tuve antes de la fiesta. De hecho, me dió la impresión de que estabas muy interesada, cara.

Paula volvió a sonrojarse, pero se obligó a sostenerle la mirada.

–Mi conversación con Diana me recordó justo a tiempo la clase de hombre que eres.

Pedro frunció el ceño.

–Explícate. ¿Qué clase de hombre soy?

–Un hombre que hizo que una chica creyera que estaba enamorado de ella, y que cuando se cansó de ella y la dejó tirada, esa chica se quedó tan destrozada que intentó quitarse la vida.

Pedro sintió que una ráfaga de ira lo invadía, y se contuvo para no pegarle un puñetazo a la pared.

–Diana habla de cosas que no sabe –dijo. Inspiró profundamente y añadió–: No es ningún secreto que tuve una relación con Romina, y toda la prensa amarilla me culpó por su intento de suicidio, pero solo hay un puñado de personas que saben la verdad. Mis amigos, la gente que me conoce de verdad… nunca dudaron de mí –concluyó con aspereza.

Apuró su copa de un trago, la dejó sobre el mostrador del bar con un golpe y se dirigió hacia la puerta sin mirarla siquiera. Paula se mordió el labio, recordando que ya el primer día lo había juzgado mal, y que lo había acusado de que no le importaba su abuela. ¿Podría ser que estuviese sacando de nuevo conclusiones erróneas?

–¡Pedro!

La mano de él estaba ya en el pomo de la puerta. Por un momento Paula creyó que iba a ignorarla, pero entonces giró la cabeza y le espetó:

–¿Qué?

La expresión furibunda de su rostro no era precisamente alentadora, pero murmuró:

–Toda historia tiene siempre dos versiones.

Pedro apretó la mandíbula.

–Pero tú has decidido creer las palabras de una mujer a la que acababas de conocer en vez de preguntar mi versión. Estoy empezando a pensar que es imposible que lleguemos a ser amigos; sobre todo cuando tú pareces decidida a creer lo peor que se pueda decir de mí.

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